¡Ah, el amor! Sandra Lorenzano sobre Las Cinco Estaciones del Amor, de João Almino

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Sandra Lorenzano

“Oh, qué será, qué será que no tiene decencia, ni nunca tendrá, que no tiene censura, ni nunca tendrá, que no tiene sentido…”, canta Chico Buarque y con él canta toda nuestra cultura desde hace milenios. Oh, qué será, qué será… y ahí están Eros y Psique, Penélope y Ulises, Troilo y Crécida, Romeo y Julieta..

“Oh, qué será, qué será que vive en las ideas de los amantes, que cantan los poetas más delirantes…”, y aquí estamos también nosotros cantándole al amor, al Amor, con mayúsculas, en la celebración de este nuevo hijo de la colección Primero sueño: Las cinco estaciones del amor, de Joao Almino. Y hoy, como lo hicimos en cada uno de nuestros títulos, queremos que ésta sea una fiesta. Una fiesta que – ustedes me van a perdonar – estoy iniciando esta vez de manera bastante cursi.

Por otra parte, quiero decirles que estoy ancha, ancha de orgullo, como directora de esta colección, por el nacimiento de este cuarto libro. Y más orgullosa y contenta aún porque estamos dando a conocer por primera vez en español la obra de este importantísimo escritor brasileño, Joao Almino. Quiero agradecerle muchísimo a Joao, el que haya aceptado publicar su novela en nuestra colección. Las cinco estaciones del amor reafirma los dos elementos que caracterizan a “Primero Sueño”: la exploración de los diversos tipos de relación que existen entre el cuerpo y la escritura, algo fundamental en la novela que hoy presentamos, y la vocación latinoamericana. Espero no sonarles demasiado antigua si digo que esta vocación tiene que ser hoy más fuerte que nunca, ante el embate de mercados dizque globales y de violencias muy localizadas…A pesar de que parece inútil seguir diciéndolo no pensamos claudicar en este mínimo gesto ético: NO A LA GUERRA. NO A LA VIOLENCIA.

2. ¿Dónde quedó la alegría?

Y hablando de amor y de canciones, hay una que escribió Fito Páez que dice “La alegría no es sólo brasilera”; después de leer Las cinco estaciones del amor, le podríamos contestar que la melancolía no es sólo argentina. Más bien creo que no es argentina ni brasilera ni portuguesa, ni propiedad exclusiva de ningún país, nacionalidad, etnia, o secta, sino de todos aquellos que como Ana, como su grupo de amigos, “los inútiles”, como quienes hace cuarenta años se fueron a vivir a esa ciudad, Brasilia, que parecía encarnar las esperanzas de un mundo mejor, como quienes desaparecieron en las mazmorras de distintas dictaduras, como quienes crecieron escuchando el Himno de Riego o notas aún más antiguas (tararear La internacional); creo que la melancolía pertenece a todos aquellos que apostaron su vida a una utopía (y pido una disculpa por la desagradable asonancia). Y sin embargo, como dice otra canción, una que los argentinos cantaban hace 20 años para celebrar su recién estrenada democracia, y sin embargo, a pesar de todo,”todavía cantamos”.

Todavía cantamos, aunque sea, como descubren Ana y su rostro más oculto, su yo aventado y gozoso, Diana, como descubren ellas dos que son sólo una protagonista, todavía se canta, quizás ya no a voz en cuello en alguna manifestación, o con los ojos en blanco compenetrándose junto con “los inútiles” con el “espíritu universal”, sino en una suerte de medio tono equilibrado, maduro, como seguramente se lo anunció su madre en su esperanzada juventud. Y ese medio tono encontrado por Ana, esa ¿sabiduría de la madurez? Me resulta, mi querido Joao, terriblemente melancólica, y sospecho que a tu protagonista también. Pero todo esto es más complejo y mucho más interesante: la defensa apasionada del instante que hace Ana, a partir de su teoría del “instantaneísmo” no es, no puede ser, a pesar de algunos, una negación de la historia. Ella sabe que no hay modo de desligarse de la historia, ni de la propia ni de la compartida; ella sabe que no hay modo de desligarse de la memoria, sino que cada instante se vuelve una suerte de “aleph” que contiene a todos los demás. A veces para llegar a ese momento clave es preciso, como lo sabían los pueblos mesoamericanos y tal vez Ana lo aprendió de ellos, invocar al fuego nuevo, al fuego purificador.

Quizás Joao Almino haya invocado su propio fuego nuevo para llegar a esta voz femenina que narra Las cinco estaciones del amor – querido Joao, “Madame Bovary c’est toi”, perdón: “Ana c’est toi” -, para llegar a esta novela que es muchas novelas, esta novela que habla del amor y sus distintas estaciones, de la amistad y sus complicidades, pero que es también una novela política – tanto en el sentido de “lo personal es político”, como en el modo en que habla sutilmente, sobriamente, de etapas de represión y silenciamiento, de miedo y desapariciones. Ana y sus amigos son hijos de los anhelos de los años 60, son aquellos “pibes del ayer”, como dice el papá de Mafalda, inmersos en la falta de esperanzas del hoy (sólo hay una esperanza: la de la figurita de la Virgen de la ídem que Paco le regala a la protagonista). Quizás el único personaje que aún le apuesta al futuro es Norberto, hoy Berta, el amigo transexual que vuelve a Brasil, después de años en el extranjero, con operación y siliconas incluidos, para vivir una nueva vida. Pero la realidad es implacable y suele tener rostros muy diferentes a los de nuestro deseo. Y tal vez sea ésa la palabra clave de la novela, la que conjunta los diferentes niveles de lectura: el deseo. “Oh, qué será, qué será…”

La melancolía, el desencanto, el conformismo, la intolerancia, los meninos da rua, los amigos muertos, la violencia que ha invadido las calles de Brasilia (“La Brasilia de mis sueños de futuro está muerta – dice Ana – . Me reconozco en las fachadas de sus edificios precozmente envejecidos, en su modernidad precaria y decadente.”), todo esto no ha logrado matar el deseo (como diría Violeta Parra: “Gracias a la vida”): deseo de los cuerpos, deseo de las palabras. Y es finalmente el deseo lo que salva a Ana, el deseo en la búsqueda de ese instante vuelto infinito, el deseo que la haga vibrar, reaccionar, sacudirse. Esa “revolución” que ella pide en su vida al inicio de la novela es, aunque tarde en descubrirlo, ni más ni menos que el deseo. Deseo de la piel y deseo de escritura hechos uno. Así lo expresa la propia Ana, en una abierta declaración también de la poética de Almino en Las cinco estaciones del amor: “Con las palabras que aquí junto, salvo el espíritu de mi relato, que era solamente un deseo: este deseo de decir lo que pienso en el instante mismo en que lo pienso. El relato es únicamente la realidad de este instante, nada más. Él es definitivo no porque sustituya a todos los otros, como quise un día, sino porque es precario…” Me gusta sentir como a Ana, como a Joao, que la precariedad del relato, la inestabilidad del instante, son fortaleza en el deseo. Porque no hay nada más ajeno al deseo que la monumentalidad que se pretende sin fisuras, nada más lejano que la contundencia y la imposición. El deseo es pliegue, temblor, aliento. Perfume de tierra húmeda, tibieza, vuelo. “Oh, qué será, qué será, que no tiene gobierno, ni nunca tendrá, que no tiene vergüenza, ni nunca tendrá. Lo que no tiene juicio.”

¿Cómo sabríamos quiénes somos sin esa búsqueda a la vez festiva y desgarrada? ¿Sin el desgarro y el festejo del deseo? ¿Cómo reconoceríamos nuestro rostro si no fuera porque el rostro del otro nos lo ha descubierto? ¿Cómo sabríamos del otro si no fuera porque podemos cantarlo? ¿Por qué podemos nombrarlo? La palabra encuentra al otro, inventa al otro, lo devela y lo des-vela, lo recorre, lo dibuja, lo acaricia…

De las pieles a las palabras, de las palabras a las pieles, en un camino creado desde el principio de los tiempos, Ana y los inútiles, Joao, ustedes y nosotros, aprendemos que somos en el deseo. Ese es el descubrimiento de la narradora, el que hacemos también los lectores a través de ella. Eso es “Primero sueño”, esta colección nacida del deseo que hoy celebra la llegada a nuestra lengua de Las cinco estaciones del amor. Quizás yo tendría que cambiar todo lo que he dicho porque, una vez llegada a este punto, no me cabe duda de que la utopía está en el cálido destello del deseo.

[1] Fragmento del texto leído en la presentación de Joao Almino, Las cinco estaciones del amor, México, Editorial Alfaguara / Universidad del Claustro de Sor Juana (Colección “Primero Sueño”), 2003, realizada en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, el 21 de agosto de 2003.

“Oh, qué será, qué será que no tiene decencia, ni nunca tendrá, que no tiene censura, ni nunca tendrá, que no tiene sentido…”, canta Chico Buarque y con él canta toda nuestra cultura desde hace milenios. Oh, qué será, qué será… y ahí están Eros y Psique, Penélope y Ulises, Troilo y Crécida, Romeo y Julieta..

“Oh, qué será, qué será que vive en las ideas de los amantes, que cantan los poetas más delirantes…”, y aquí estamos también nosotros cantándole al amor, al Amor, con mayúsculas, en la celebración de este nuevo hijo de la colección Primero sueño: Las cinco estaciones del amor, de Joao Almino. Y hoy, como lo hicimos en cada uno de nuestros títulos, queremos que ésta sea una fiesta. Una fiesta que – ustedes me van a perdonar – estoy iniciando esta vez de manera bastante cursi.

Por otra parte, quiero decirles que estoy ancha, ancha de orgullo, como directora de esta colección, por el nacimiento de este cuarto libro. Y más orgullosa y contenta aún porque estamos dando a conocer por primera vez en español la obra de este importantísimo escritor brasileño, Joao Almino. Quiero agradecerle muchísimo a Joao, el que haya aceptado publicar su novela en nuestra colección. Las cinco estaciones del amor reafirma los dos elementos que caracterizan a “Primero Sueño”: la exploración de los diversos tipos de relación que existen entre el cuerpo y la escritura, algo fundamental en la novela que hoy presentamos, y la vocación latinoamericana. Espero no sonarles demasiado antigua si digo que esta vocación tiene que ser hoy más fuerte que nunca, ante el embate de mercados dizque globales y de violencias muy localizadas…A pesar de que parece inútil seguir diciéndolo no pensamos claudicar en este mínimo gesto ético: NO A LA GUERRA. NO A LA VIOLENCIA.

2. ¿Dónde quedó la alegría?

Y hablando de amor y de canciones, hay una que escribió Fito Páez que dice “La alegría no es sólo brasilera”; después de leer Las cinco estaciones del amor, le podríamos contestar que la melancolía no es sólo argentina. Más bien creo que no es argentina ni brasilera ni portuguesa, ni propiedad exclusiva de ningún país, nacionalidad, etnia, o secta, sino de todos aquellos que como Ana, como su grupo de amigos, “los inútiles”, como quienes hace cuarenta años se fueron a vivir a esa ciudad, Brasilia, que parecía encarnar las esperanzas de un mundo mejor, como quienes desaparecieron en las mazmorras de distintas dictaduras, como quienes crecieron escuchando el Himno de Riego o notas aún más antiguas (tararear La internacional); creo que la melancolía pertenece a todos aquellos que apostaron su vida a una utopía (y pido una disculpa por la desagradable asonancia). Y sin embargo, como dice otra canción, una que los argentinos cantaban hace 20 años para celebrar su recién estrenada democracia, y sin embargo, a pesar de todo,”todavía cantamos”.

Todavía cantamos, aunque sea, como descubren Ana y su rostro más oculto, su yo aventado y gozoso, Diana, como descubren ellas dos que son sólo una protagonista, todavía se canta, quizás ya no a voz en cuello en alguna manifestación, o con los ojos en blanco compenetrándose junto con “los inútiles” con el “espíritu universal”, sino en una suerte de medio tono equilibrado, maduro, como seguramente se lo anunció su madre en su esperanzada juventud. Y ese medio tono encontrado por Ana, esa ¿sabiduría de la madurez? Me resulta, mi querido Joao, terriblemente melancólica, y sospecho que a tu protagonista también. Pero todo esto es más complejo y mucho más interesante: la defensa apasionada del instante que hace Ana, a partir de su teoría del “instantaneísmo” no es, no puede ser, a pesar de algunos, una negación de la historia. Ella sabe que no hay modo de desligarse de la historia, ni de la propia ni de la compartida; ella sabe que no hay modo de desligarse de la memoria, sino que cada instante se vuelve una suerte de “aleph” que contiene a todos los demás. A veces para llegar a ese momento clave es preciso, como lo sabían los pueblos mesoamericanos y tal vez Ana lo aprendió de ellos, invocar al fuego nuevo, al fuego purificador.

Quizás Joao Almino haya invocado su propio fuego nuevo para llegar a esta voz femenina que narra Las cinco estaciones del amor – querido Joao, “Madame Bovary c’est toi”, perdón: “Ana c’est toi” -, para llegar a esta novela que es muchas novelas, esta novela que habla del amor y sus distintas estaciones, de la amistad y sus complicidades, pero que es también una novela política – tanto en el sentido de “lo personal es político”, como en el modo en que habla sutilmente, sobriamente, de etapas de represión y silenciamiento, de miedo y desapariciones. Ana y sus amigos son hijos de los anhelos de los años 60, son aquellos “pibes del ayer”, como dice el papá de Mafalda, inmersos en la falta de esperanzas del hoy (sólo hay una esperanza: la de la figurita de la Virgen de la ídem que Paco le regala a la protagonista). Quizás el único personaje que aún le apuesta al futuro es Norberto, hoy Berta, el amigo transexual que vuelve a Brasil, después de años en el extranjero, con operación y siliconas incluidos, para vivir una nueva vida. Pero la realidad es implacable y suele tener rostros muy diferentes a los de nuestro deseo. Y tal vez sea ésa la palabra clave de la novela, la que conjunta los diferentes niveles de lectura: el deseo. “Oh, qué será, qué será…”

La melancolía, el desencanto, el conformismo, la intolerancia, los meninos da rua, los amigos muertos, la violencia que ha invadido las calles de Brasilia (“La Brasilia de mis sueños de futuro está muerta – dice Ana – . Me reconozco en las fachadas de sus edificios precozmente envejecidos, en su modernidad precaria y decadente.”), todo esto no ha logrado matar el deseo (como diría Violeta Parra: “Gracias a la vida”): deseo de los cuerpos, deseo de las palabras. Y es finalmente el deseo lo que salva a Ana, el deseo en la búsqueda de ese instante vuelto infinito, el deseo que la haga vibrar, reaccionar, sacudirse. Esa “revolución” que ella pide en su vida al inicio de la novela es, aunque tarde en descubrirlo, ni más ni menos que el deseo. Deseo de la piel y deseo de escritura hechos uno. Así lo expresa la propia Ana, en una abierta declaración también de la poética de Almino en Las cinco estaciones del amor: “Con las palabras que aquí junto, salvo el espíritu de mi relato, que era solamente un deseo: este deseo de decir lo que pienso en el instante mismo en que lo pienso. El relato es únicamente la realidad de este instante, nada más. Él es definitivo no porque sustituya a todos los otros, como quise un día, sino porque es precario…” Me gusta sentir como a Ana, como a Joao, que la precariedad del relato, la inestabilidad del instante, son fortaleza en el deseo. Porque no hay nada más ajeno al deseo que la monumentalidad que se pretende sin fisuras, nada más lejano que la contundencia y la imposición. El deseo es pliegue, temblor, aliento. Perfume de tierra húmeda, tibieza, vuelo. “Oh, qué será, qué será, que no tiene gobierno, ni nunca tendrá, que no tiene vergüenza, ni nunca tendrá. Lo que no tiene juicio.”

¿Cómo sabríamos quiénes somos sin esa búsqueda a la vez festiva y desgarrada? ¿Sin el desgarro y el festejo del deseo? ¿Cómo reconoceríamos nuestro rostro si no fuera porque el rostro del otro nos lo ha descubierto? ¿Cómo sabríamos del otro si no fuera porque podemos cantarlo? ¿Por qué podemos nombrarlo? La palabra encuentra al otro, inventa al otro, lo devela y lo des-vela, lo recorre, lo dibuja, lo acaricia…

De las pieles a las palabras, de las palabras a las pieles, en un camino creado desde el principio de los tiempos, Ana y los inútiles, Joao, ustedes y nosotros, aprendemos que somos en el deseo. Ese es el descubrimiento de la narradora, el que hacemos también los lectores a través de ella. Eso es “Primero sueño”, esta colección nacida del deseo que hoy celebra la llegada a nuestra lengua de Las cinco estaciones del amor. Quizás yo tendría que cambiar todo lo que he dicho porque, una vez llegada a este punto, no me cabe duda de que la utopía está en el cálido destello del deseo.

[1] Fragmento del texto leído en la presentación de Joao Almino, Las cinco estaciones del amor, México, Editorial Alfaguara / Universidad del Claustro de Sor Juana (Colección “Primero Sueño”), 2003, realizada en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, el 21 de agosto de 2003.

“Oh, qué será, qué será que no tiene decencia, ni nunca tendrá, que no tiene censura, ni nunca tendrá, que no tiene sentido…”, canta Chico Buarque y con él canta toda nuestra cultura desde hace milenios. Oh, qué será, qué será… y ahí están Eros y Psique, Penélope y Ulises, Troilo y Crécida, Romeo y Julieta..

“Oh, qué será, qué será que vive en las ideas de los amantes, que cantan los poetas más delirantes…”, y aquí estamos también nosotros cantándole al amor, al Amor, con mayúsculas, en la celebración de este nuevo hijo de la colección Primero sueño: Las cinco estaciones del amor, de Joao Almino. Y hoy, como lo hicimos en cada uno de nuestros títulos, queremos que ésta sea una fiesta. Una fiesta que – ustedes me van a perdonar – estoy iniciando esta vez de manera bastante cursi.

Por otra parte, quiero decirles que estoy ancha, ancha de orgullo, como directora de esta colección, por el nacimiento de este cuarto libro. Y más orgullosa y contenta aún porque estamos dando a conocer por primera vez en español la obra de este importantísimo escritor brasileño, Joao Almino. Quiero agradecerle muchísimo a Joao, el que haya aceptado publicar su novela en nuestra colección. Las cinco estaciones del amor reafirma los dos elementos que caracterizan a “Primero Sueño”: la exploración de los diversos tipos de relación que existen entre el cuerpo y la escritura, algo fundamental en la novela que hoy presentamos, y la vocación latinoamericana. Espero no sonarles demasiado antigua si digo que esta vocación tiene que ser hoy más fuerte que nunca, ante el embate de mercados dizque globales y de violencias muy localizadas…A pesar de que parece inútil seguir diciéndolo no pensamos claudicar en este mínimo gesto ético: NO A LA GUERRA. NO A LA VIOLENCIA.

2. ¿Dónde quedó la alegría?

Y hablando de amor y de canciones, hay una que escribió Fito Páez que dice “La alegría no es sólo brasilera”; después de leer Las cinco estaciones del amor, le podríamos contestar que la melancolía no es sólo argentina. Más bien creo que no es argentina ni brasilera ni portuguesa, ni propiedad exclusiva de ningún país, nacionalidad, etnia, o secta, sino de todos aquellos que como Ana, como su grupo de amigos, “los inútiles”, como quienes hace cuarenta años se fueron a vivir a esa ciudad, Brasilia, que parecía encarnar las esperanzas de un mundo mejor, como quienes desaparecieron en las mazmorras de distintas dictaduras, como quienes crecieron escuchando el Himno de Riego o notas aún más antiguas (tararear La internacional); creo que la melancolía pertenece a todos aquellos que apostaron su vida a una utopía (y pido una disculpa por la desagradable asonancia). Y sin embargo, como dice otra canción, una que los argentinos cantaban hace 20 años para celebrar su recién estrenada democracia, y sin embargo, a pesar de todo,”todavía cantamos”.

Todavía cantamos, aunque sea, como descubren Ana y su rostro más oculto, su yo aventado y gozoso, Diana, como descubren ellas dos que son sólo una protagonista, todavía se canta, quizás ya no a voz en cuello en alguna manifestación, o con los ojos en blanco compenetrándose junto con “los inútiles” con el “espíritu universal”, sino en una suerte de medio tono equilibrado, maduro, como seguramente se lo anunció su madre en su esperanzada juventud. Y ese medio tono encontrado por Ana, esa ¿sabiduría de la madurez? Me resulta, mi querido Joao, terriblemente melancólica, y sospecho que a tu protagonista también. Pero todo esto es más complejo y mucho más interesante: la defensa apasionada del instante que hace Ana, a partir de su teoría del “instantaneísmo” no es, no puede ser, a pesar de algunos, una negación de la historia. Ella sabe que no hay modo de desligarse de la historia, ni de la propia ni de la compartida; ella sabe que no hay modo de desligarse de la memoria, sino que cada instante se vuelve una suerte de “aleph” que contiene a todos los demás. A veces para llegar a ese momento clave es preciso, como lo sabían los pueblos mesoamericanos y tal vez Ana lo aprendió de ellos, invocar al fuego nuevo, al fuego purificador.

Quizás Joao Almino haya invocado su propio fuego nuevo para llegar a esta voz femenina que narra Las cinco estaciones del amor – querido Joao, “Madame Bovary c’est toi”, perdón: “Ana c’est toi” -, para llegar a esta novela que es muchas novelas, esta novela que habla del amor y sus distintas estaciones, de la amistad y sus complicidades, pero que es también una novela política – tanto en el sentido de “lo personal es político”, como en el modo en que habla sutilmente, sobriamente, de etapas de represión y silenciamiento, de miedo y desapariciones. Ana y sus amigos son hijos de los anhelos de los años 60, son aquellos “pibes del ayer”, como dice el papá de Mafalda, inmersos en la falta de esperanzas del hoy (sólo hay una esperanza: la de la figurita de la Virgen de la ídem que Paco le regala a la protagonista). Quizás el único personaje que aún le apuesta al futuro es Norberto, hoy Berta, el amigo transexual que vuelve a Brasil, después de años en el extranjero, con operación y siliconas incluidos, para vivir una nueva vida. Pero la realidad es implacable y suele tener rostros muy diferentes a los de nuestro deseo. Y tal vez sea ésa la palabra clave de la novela, la que conjunta los diferentes niveles de lectura: el deseo. “Oh, qué será, qué será…”

La melancolía, el desencanto, el conformismo, la intolerancia, los meninos da rua, los amigos muertos, la violencia que ha invadido las calles de Brasilia (“La Brasilia de mis sueños de futuro está muerta – dice Ana – . Me reconozco en las fachadas de sus edificios precozmente envejecidos, en su modernidad precaria y decadente.”), todo esto no ha logrado matar el deseo (como diría Violeta Parra: “Gracias a la vida”): deseo de los cuerpos, deseo de las palabras. Y es finalmente el deseo lo que salva a Ana, el deseo en la búsqueda de ese instante vuelto infinito, el deseo que la haga vibrar, reaccionar, sacudirse. Esa “revolución” que ella pide en su vida al inicio de la novela es, aunque tarde en descubrirlo, ni más ni menos que el deseo. Deseo de la piel y deseo de escritura hechos uno. Así lo expresa la propia Ana, en una abierta declaración también de la poética de Almino en Las cinco estaciones del amor: “Con las palabras que aquí junto, salvo el espíritu de mi relato, que era solamente un deseo: este deseo de decir lo que pienso en el instante mismo en que lo pienso. El relato es únicamente la realidad de este instante, nada más. Él es definitivo no porque sustituya a todos los otros, como quise un día, sino porque es precario…” Me gusta sentir como a Ana, como a Joao, que la precariedad del relato, la inestabilidad del instante, son fortaleza en el deseo. Porque no hay nada más ajeno al deseo que la monumentalidad que se pretende sin fisuras, nada más lejano que la contundencia y la imposición. El deseo es pliegue, temblor, aliento. Perfume de tierra húmeda, tibieza, vuelo. “Oh, qué será, qué será, que no tiene gobierno, ni nunca tendrá, que no tiene vergüenza, ni nunca tendrá. Lo que no tiene juicio.”

¿Cómo sabríamos quiénes somos sin esa búsqueda a la vez festiva y desgarrada? ¿Sin el desgarro y el festejo del deseo? ¿Cómo reconoceríamos nuestro rostro si no fuera porque el rostro del otro nos lo ha descubierto? ¿Cómo sabríamos del otro si no fuera porque podemos cantarlo? ¿Por qué podemos nombrarlo? La palabra encuentra al otro, inventa al otro, lo devela y lo des-vela, lo recorre, lo dibuja, lo acaricia…

De las pieles a las palabras, de las palabras a las pieles, en un camino creado desde el principio de los tiempos, Ana y los inútiles, Joao, ustedes y nosotros, aprendemos que somos en el deseo. Ese es el descubrimiento de la narradora, el que hacemos también los lectores a través de ella. Eso es “Primero sueño”, esta colección nacida del deseo que hoy celebra la llegada a nuestra lengua de Las cinco estaciones del amor. Quizás yo tendría que cambiar todo lo que he dicho porque, una vez llegada a este punto, no me cabe duda de que la utopía está en el cálido destello del deseo.

[1] Fragmento del texto leído en la presentación de Joao Almino, Las cinco estaciones del amor, México, Editorial Alfaguara / Universidad del Claustro de Sor Juana (Colección “Primero Sueño”), 2003, realizada en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, el 21 de agosto de 2003.

“Oh, qué será, qué será que no tiene decencia, ni nunca tendrá, que no tiene censura, ni nunca tendrá, que no tiene sentido…”, canta Chico Buarque y con él canta toda nuestra cultura desde hace milenios. Oh, qué será, qué será… y ahí están Eros y Psique, Penélope y Ulises, Troilo y Crécida, Romeo y Julieta..

“Oh, qué será, qué será que vive en las ideas de los amantes, que cantan los poetas más delirantes…”, y aquí estamos también nosotros cantándole al amor, al Amor, con mayúsculas, en la celebración de este nuevo hijo de la colección Primero sueño: Las cinco estaciones del amor, de Joao Almino. Y hoy, como lo hicimos en cada uno de nuestros títulos, queremos que ésta sea una fiesta. Una fiesta que – ustedes me van a perdonar – estoy iniciando esta vez de manera bastante cursi.

Por otra parte, quiero decirles que estoy ancha, ancha de orgullo, como directora de esta colección, por el nacimiento de este cuarto libro. Y más orgullosa y contenta aún porque estamos dando a conocer por primera vez en español la obra de este importantísimo escritor brasileño, Joao Almino. Quiero agradecerle muchísimo a Joao, el que haya aceptado publicar su novela en nuestra colección. Las cinco estaciones del amor reafirma los dos elementos que caracterizan a “Primero Sueño”: la exploración de los diversos tipos de relación que existen entre el cuerpo y la escritura, algo fundamental en la novela que hoy presentamos, y la vocación latinoamericana. Espero no sonarles demasiado antigua si digo que esta vocación tiene que ser hoy más fuerte que nunca, ante el embate de mercados dizque globales y de violencias muy localizadas…A pesar de que parece inútil seguir diciéndolo no pensamos claudicar en este mínimo gesto ético: NO A LA GUERRA. NO A LA VIOLENCIA.

2. ¿Dónde quedó la alegría?

Y hablando de amor y de canciones, hay una que escribió Fito Páez que dice “La alegría no es sólo brasilera”; después de leer Las cinco estaciones del amor, le podríamos contestar que la melancolía no es sólo argentina. Más bien creo que no es argentina ni brasilera ni portuguesa, ni propiedad exclusiva de ningún país, nacionalidad, etnia, o secta, sino de todos aquellos que como Ana, como su grupo de amigos, “los inútiles”, como quienes hace cuarenta años se fueron a vivir a esa ciudad, Brasilia, que parecía encarnar las esperanzas de un mundo mejor, como quienes desaparecieron en las mazmorras de distintas dictaduras, como quienes crecieron escuchando el Himno de Riego o notas aún más antiguas (tararear La internacional); creo que la melancolía pertenece a todos aquellos que apostaron su vida a una utopía (y pido una disculpa por la desagradable asonancia). Y sin embargo, como dice otra canción, una que los argentinos cantaban hace 20 años para celebrar su recién estrenada democracia, y sin embargo, a pesar de todo,”todavía cantamos”.

Todavía cantamos, aunque sea, como descubren Ana y su rostro más oculto, su yo aventado y gozoso, Diana, como descubren ellas dos que son sólo una protagonista, todavía se canta, quizás ya no a voz en cuello en alguna manifestación, o con los ojos en blanco compenetrándose junto con “los inútiles” con el “espíritu universal”, sino en una suerte de medio tono equilibrado, maduro, como seguramente se lo anunció su madre en su esperanzada juventud. Y ese medio tono encontrado por Ana, esa ¿sabiduría de la madurez? Me resulta, mi querido Joao, terriblemente melancólica, y sospecho que a tu protagonista también. Pero todo esto es más complejo y mucho más interesante: la defensa apasionada del instante que hace Ana, a partir de su teoría del “instantaneísmo” no es, no puede ser, a pesar de algunos, una negación de la historia. Ella sabe que no hay modo de desligarse de la historia, ni de la propia ni de la compartida; ella sabe que no hay modo de desligarse de la memoria, sino que cada instante se vuelve una suerte de “aleph” que contiene a todos los demás. A veces para llegar a ese momento clave es preciso, como lo sabían los pueblos mesoamericanos y tal vez Ana lo aprendió de ellos, invocar al fuego nuevo, al fuego purificador.

Quizás Joao Almino haya invocado su propio fuego nuevo para llegar a esta voz femenina que narra Las cinco estaciones del amor – querido Joao, “Madame Bovary c’est toi”, perdón: “Ana c’est toi” -, para llegar a esta novela que es muchas novelas, esta novela que habla del amor y sus distintas estaciones, de la amistad y sus complicidades, pero que es también una novela política – tanto en el sentido de “lo personal es político”, como en el modo en que habla sutilmente, sobriamente, de etapas de represión y silenciamiento, de miedo y desapariciones. Ana y sus amigos son hijos de los anhelos de los años 60, son aquellos “pibes del ayer”, como dice el papá de Mafalda, inmersos en la falta de esperanzas del hoy (sólo hay una esperanza: la de la figurita de la Virgen de la ídem que Paco le regala a la protagonista). Quizás el único personaje que aún le apuesta al futuro es Norberto, hoy Berta, el amigo transexual que vuelve a Brasil, después de años en el extranjero, con operación y siliconas incluidos, para vivir una nueva vida. Pero la realidad es implacable y suele tener rostros muy diferentes a los de nuestro deseo. Y tal vez sea ésa la palabra clave de la novela, la que conjunta los diferentes niveles de lectura: el deseo. “Oh, qué será, qué será…”

La melancolía, el desencanto, el conformismo, la intolerancia, los meninos da rua, los amigos muertos, la violencia que ha invadido las calles de Brasilia (“La Brasilia de mis sueños de futuro está muerta – dice Ana – . Me reconozco en las fachadas de sus edificios precozmente envejecidos, en su modernidad precaria y decadente.”), todo esto no ha logrado matar el deseo (como diría Violeta Parra: “Gracias a la vida”): deseo de los cuerpos, deseo de las palabras. Y es finalmente el deseo lo que salva a Ana, el deseo en la búsqueda de ese instante vuelto infinito, el deseo que la haga vibrar, reaccionar, sacudirse. Esa “revolución” que ella pide en su vida al inicio de la novela es, aunque tarde en descubrirlo, ni más ni menos que el deseo. Deseo de la piel y deseo de escritura hechos uno. Así lo expresa la propia Ana, en una abierta declaración también de la poética de Almino en Las cinco estaciones del amor: “Con las palabras que aquí junto, salvo el espíritu de mi relato, que era solamente un deseo: este deseo de decir lo que pienso en el instante mismo en que lo pienso. El relato es únicamente la realidad de este instante, nada más. Él es definitivo no porque sustituya a todos los otros, como quise un día, sino porque es precario…” Me gusta sentir como a Ana, como a Joao, que la precariedad del relato, la inestabilidad del instante, son fortaleza en el deseo. Porque no hay nada más ajeno al deseo que la monumentalidad que se pretende sin fisuras, nada más lejano que la contundencia y la imposición. El deseo es pliegue, temblor, aliento. Perfume de tierra húmeda, tibieza, vuelo. “Oh, qué será, qué será, que no tiene gobierno, ni nunca tendrá, que no tiene vergüenza, ni nunca tendrá. Lo que no tiene juicio.”

¿Cómo sabríamos quiénes somos sin esa búsqueda a la vez festiva y desgarrada? ¿Sin el desgarro y el festejo del deseo? ¿Cómo reconoceríamos nuestro rostro si no fuera porque el rostro del otro nos lo ha descubierto? ¿Cómo sabríamos del otro si no fuera porque podemos cantarlo? ¿Por qué podemos nombrarlo? La palabra encuentra al otro, inventa al otro, lo devela y lo des-vela, lo recorre, lo dibuja, lo acaricia…

De las pieles a las palabras, de las palabras a las pieles, en un camino creado desde el principio de los tiempos, Ana y los inútiles, Joao, ustedes y nosotros, aprendemos que somos en el deseo. Ese es el descubrimiento de la narradora, el que hacemos también los lectores a través de ella. Eso es “Primero sueño”, esta colección nacida del deseo que hoy celebra la llegada a nuestra lengua de Las cinco estaciones del amor. Quizás yo tendría que cambiar todo lo que he dicho porque, una vez llegada a este punto, no me cabe duda de que la utopía está en el cálido destello del deseo.

[1] Fragmento del texto leído en la presentación de Joao Almino, Las cinco estaciones del amor, México, Editorial Alfaguara / Universidad del Claustro de Sor Juana (Colección “Primero Sueño”), 2003, realizada en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, el 21 de agosto de 2003.