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Clarín, Buenos Aires, Ñ, Revista de Cultura, 30 de abril de 2004

Cómo contar Brasil sin lo pintoresco

FERNANDO MOLLE

Brasilia, ese proyecto hipermoderno levantado en los años 50 en medio de la nada, una ciudad que es la contracara del pintoresquismo brasileño, es el escenario de las novelas de Joao Almino. Las cinco estaciones del amor, la tercera de ellas, acaba de ser editada en español y ganó el premio de novela Casa de las Américas. Diario íntimo y a la vez balance generacional, el texto da voz a una mujer madura y solitaria, una intelectual hija de los sesenta, que busca acceder el amor a través de un vía crucis de renuncia y desencanto. Poco conocido fuera de su país, cualidad que comparte con casi todos los narradores brasileros, Joao Almino visitó por pocos días Buenos Aires. En un castellano aceitado por la música del portugués -y con un timbre idéntico al del cantante y compositor Caetano Veloso-, Almino habló de sus convicciones humanas y literarias y dijo que su novela intenta una redefinición de la utopía.

-¿Se podría decir que “Las cinco estaciones del amor” es una novela generacional?
-Para mí una novela debe tener la capacidad de comunicarse con otros tiempos y otras situaciones. Yo diría que los grandes temas de esta novela son el amor y la amistad. Ahí también está la generación post-68, que tiene algunas particularidades no solamente en el Brasil, sino en muchas partes del mundo. Podemos hablar también de utopías que se diseñan en este momento, de utopías realizadas, para bien o para mal, y de utopías frustradas. Creo que los cambios se han producido en una forma inesperada. Pero la manera misma de encarar las utopías puede cambiar. Posiblemente los cambios que se producen al nivel molecular puedan ser cambios más liberadores y transformadores. Yo diría que en Las cinco estaciones del amor quizás trate de replantear el tema de la utopía, en el sentido de que la utopía también puede pensarse como una forma de reorganizar lo que es. No solamente como el deseo de construir lo que no es, sino como una forma de mirar de una manera nueva hacia el presente.

-La quinta estación es algo realmente inesperado, quiebra el orden natural de las cuatro estaciones del año. ¿Por qué lo pensó así?
-Es inesperada. La quinta es efectivamente una estación que no estaba prevista. Así como el gran novelista Joao Guimaraes Rosa ha pensado en la “tercera margen del río”.

-Es notable, en la novela, el efecto de instantaneísmo: los recuerdos de Ana, la protagonista, están jugando en el plano del presente. Ella describe el Instante, que incluye al pasado, como un presente continuo, como “una cámara alerta que no se desprendiera de mí”.
-Esta idea de retratar el instante es una obsesión de toda la trilogía. Todo mi primer libro, Ideas sobre dónde pasar el fin del mundo (del cual se incluye un fragmento), es el comentario de un instante fotográfico. Toda la novela se deriva de una fotografía, de ahí salen los personajes. En Samba-enredo, la trama ocurre en un momento totalmente caótico en que se confunde un desfile de carnaval y un momento político muy complicado, un golpe de estado con un presidente que desaparece. La historia es la repercución de lo que pasa en ese carnaval. Y en el caso de Las cinco estaciones del amor, se trata del instante mismo de la escritura. Es la descripción de este instante prolongado.

-El otro tema de la novela es la identidad como algo inacabado, algo que está en permanente construcción.
-Un pensador contemporáneo decía una cosa muy interesante: hay que pensar sobre los caminos más que sobre las raíces. Routes, en vez de roots. Porque la raíz no existe. Nosotros somos mezclas, somos producto de muchas ideas, de muchos viajes. Y la identidad no es de cada quien también, a pesar de que sí a cada momento puede tener su centro de gravedad. Y una ciudad como Brasilia, donde ubico a la novela, me ayuda a plantear esta cuestión de la identidad de esta forma, podríamos decir, abierta. Porque es una ciudad que nace aparentemente de la nada, que tiene que construir día a día, efectivamente, su identidad.

-Tal vez por eso no aparecen en el libro elementos folclóricos.
-Sin duda. Yo creo que hay que evitar lo pintoresco, siempre. El ejemplo de los grandes maestros es enseñar que uno puede dar una mirada sobre lo local, sin tener que caer en lo pintoresco. Shakespeare sigue siendo un gran autor inglés aunque sus temas no lo sean, aún cuando esté hablando de Dinamarca.

-En el libro, Ana hace una distinción casi excluyente entre amor y matrimonio, y ubica al amor del lado de la utopía.
-Puede ser. Pero es una novela de búsqueda del amor. No sé si como una utopía sino como varias utopías, porque en realidad Ana trata de realizarse también en otras formas de amor: el erotismo, la amistad, el amor maternal. Una utopía pensada como la idea de reordenar lo que sí existe. Y encontrar el amor donde antes no estaba totalmente visible, pero sí estaba.

-Al novelar un tema como el amor, ¿no se está siempre al borde del sentimentalismo? ¿Cómo evitar esos excesos?
-Trato de hacer una literatura que evite el sentimentalismo. Lo importante es no caer en la ilusión. Mi personaje, justamente, se va despojando de sus ilusiones, y pasa a una situación de desesperación profunda. Si la novela pudiera enseñar algo, es que de esta desilusión misma nace algo real. Incluso en el terreno del amor, donde no hay lugar para la ilusión y el sentimentalismo.

Clarín, Buenos Aires, Ñ, Revista de Cultura, 30 de abril de 2004

Cómo contar Brasil sin lo pintoresco

FERNANDO MOLLE

Brasilia, ese proyecto hipermoderno levantado en los años 50 en medio de la nada, una ciudad que es la contracara del pintoresquismo brasileño, es el escenario de las novelas de Joao Almino. Las cinco estaciones del amor, la tercera de ellas, acaba de ser editada en español y ganó el premio de novela Casa de las Américas. Diario íntimo y a la vez balance generacional, el texto da voz a una mujer madura y solitaria, una intelectual hija de los sesenta, que busca acceder el amor a través de un vía crucis de renuncia y desencanto. Poco conocido fuera de su país, cualidad que comparte con casi todos los narradores brasileros, Joao Almino visitó por pocos días Buenos Aires. En un castellano aceitado por la música del portugués -y con un timbre idéntico al del cantante y compositor Caetano Veloso-, Almino habló de sus convicciones humanas y literarias y dijo que su novela intenta una redefinición de la utopía.

-¿Se podría decir que “Las cinco estaciones del amor” es una novela generacional?
-Para mí una novela debe tener la capacidad de comunicarse con otros tiempos y otras situaciones. Yo diría que los grandes temas de esta novela son el amor y la amistad. Ahí también está la generación post-68, que tiene algunas particularidades no solamente en el Brasil, sino en muchas partes del mundo. Podemos hablar también de utopías que se diseñan en este momento, de utopías realizadas, para bien o para mal, y de utopías frustradas. Creo que los cambios se han producido en una forma inesperada. Pero la manera misma de encarar las utopías puede cambiar. Posiblemente los cambios que se producen al nivel molecular puedan ser cambios más liberadores y transformadores. Yo diría que en Las cinco estaciones del amor quizás trate de replantear el tema de la utopía, en el sentido de que la utopía también puede pensarse como una forma de reorganizar lo que es. No solamente como el deseo de construir lo que no es, sino como una forma de mirar de una manera nueva hacia el presente.

-La quinta estación es algo realmente inesperado, quiebra el orden natural de las cuatro estaciones del año. ¿Por qué lo pensó así?
-Es inesperada. La quinta es efectivamente una estación que no estaba prevista. Así como el gran novelista Joao Guimaraes Rosa ha pensado en la “tercera margen del río”.

-Es notable, en la novela, el efecto de instantaneísmo: los recuerdos de Ana, la protagonista, están jugando en el plano del presente. Ella describe el Instante, que incluye al pasado, como un presente continuo, como “una cámara alerta que no se desprendiera de mí”.
-Esta idea de retratar el instante es una obsesión de toda la trilogía. Todo mi primer libro, Ideas sobre dónde pasar el fin del mundo (del cual se incluye un fragmento), es el comentario de un instante fotográfico. Toda la novela se deriva de una fotografía, de ahí salen los personajes. En Samba-enredo, la trama ocurre en un momento totalmente caótico en que se confunde un desfile de carnaval y un momento político muy complicado, un golpe de estado con un presidente que desaparece. La historia es la repercución de lo que pasa en ese carnaval. Y en el caso de Las cinco estaciones del amor, se trata del instante mismo de la escritura. Es la descripción de este instante prolongado.

-El otro tema de la novela es la identidad como algo inacabado, algo que está en permanente construcción.
-Un pensador contemporáneo decía una cosa muy interesante: hay que pensar sobre los caminos más que sobre las raíces. Routes, en vez de roots. Porque la raíz no existe. Nosotros somos mezclas, somos producto de muchas ideas, de muchos viajes. Y la identidad no es de cada quien también, a pesar de que sí a cada momento puede tener su centro de gravedad. Y una ciudad como Brasilia, donde ubico a la novela, me ayuda a plantear esta cuestión de la identidad de esta forma, podríamos decir, abierta. Porque es una ciudad que nace aparentemente de la nada, que tiene que construir día a día, efectivamente, su identidad.

-Tal vez por eso no aparecen en el libro elementos folclóricos.
-Sin duda. Yo creo que hay que evitar lo pintoresco, siempre. El ejemplo de los grandes maestros es enseñar que uno puede dar una mirada sobre lo local, sin tener que caer en lo pintoresco. Shakespeare sigue siendo un gran autor inglés aunque sus temas no lo sean, aún cuando esté hablando de Dinamarca.

-En el libro, Ana hace una distinción casi excluyente entre amor y matrimonio, y ubica al amor del lado de la utopía.
-Puede ser. Pero es una novela de búsqueda del amor. No sé si como una utopía sino como varias utopías, porque en realidad Ana trata de realizarse también en otras formas de amor: el erotismo, la amistad, el amor maternal. Una utopía pensada como la idea de reordenar lo que sí existe. Y encontrar el amor donde antes no estaba totalmente visible, pero sí estaba.

-Al novelar un tema como el amor, ¿no se está siempre al borde del sentimentalismo? ¿Cómo evitar esos excesos?
-Trato de hacer una literatura que evite el sentimentalismo. Lo importante es no caer en la ilusión. Mi personaje, justamente, se va despojando de sus ilusiones, y pasa a una situación de desesperación profunda. Si la novela pudiera enseñar algo, es que de esta desilusión misma nace algo real. Incluso en el terreno del amor, donde no hay lugar para la ilusión y el sentimentalismo.

Clarín, Buenos Aires, Ñ, Revista de Cultura, 30 de abril de 2004

Cómo contar Brasil sin lo pintoresco

FERNANDO MOLLE

Brasilia, ese proyecto hipermoderno levantado en los años 50 en medio de la nada, una ciudad que es la contracara del pintoresquismo brasileño, es el escenario de las novelas de Joao Almino. Las cinco estaciones del amor, la tercera de ellas, acaba de ser editada en español y ganó el premio de novela Casa de las Américas. Diario íntimo y a la vez balance generacional, el texto da voz a una mujer madura y solitaria, una intelectual hija de los sesenta, que busca acceder el amor a través de un vía crucis de renuncia y desencanto. Poco conocido fuera de su país, cualidad que comparte con casi todos los narradores brasileros, Joao Almino visitó por pocos días Buenos Aires. En un castellano aceitado por la música del portugués -y con un timbre idéntico al del cantante y compositor Caetano Veloso-, Almino habló de sus convicciones humanas y literarias y dijo que su novela intenta una redefinición de la utopía.

-¿Se podría decir que “Las cinco estaciones del amor” es una novela generacional?
-Para mí una novela debe tener la capacidad de comunicarse con otros tiempos y otras situaciones. Yo diría que los grandes temas de esta novela son el amor y la amistad. Ahí también está la generación post-68, que tiene algunas particularidades no solamente en el Brasil, sino en muchas partes del mundo. Podemos hablar también de utopías que se diseñan en este momento, de utopías realizadas, para bien o para mal, y de utopías frustradas. Creo que los cambios se han producido en una forma inesperada. Pero la manera misma de encarar las utopías puede cambiar. Posiblemente los cambios que se producen al nivel molecular puedan ser cambios más liberadores y transformadores. Yo diría que en Las cinco estaciones del amor quizás trate de replantear el tema de la utopía, en el sentido de que la utopía también puede pensarse como una forma de reorganizar lo que es. No solamente como el deseo de construir lo que no es, sino como una forma de mirar de una manera nueva hacia el presente.

-La quinta estación es algo realmente inesperado, quiebra el orden natural de las cuatro estaciones del año. ¿Por qué lo pensó así?
-Es inesperada. La quinta es efectivamente una estación que no estaba prevista. Así como el gran novelista Joao Guimaraes Rosa ha pensado en la “tercera margen del río”.

-Es notable, en la novela, el efecto de instantaneísmo: los recuerdos de Ana, la protagonista, están jugando en el plano del presente. Ella describe el Instante, que incluye al pasado, como un presente continuo, como “una cámara alerta que no se desprendiera de mí”.
-Esta idea de retratar el instante es una obsesión de toda la trilogía. Todo mi primer libro, Ideas sobre dónde pasar el fin del mundo (del cual se incluye un fragmento), es el comentario de un instante fotográfico. Toda la novela se deriva de una fotografía, de ahí salen los personajes. En Samba-enredo, la trama ocurre en un momento totalmente caótico en que se confunde un desfile de carnaval y un momento político muy complicado, un golpe de estado con un presidente que desaparece. La historia es la repercución de lo que pasa en ese carnaval. Y en el caso de Las cinco estaciones del amor, se trata del instante mismo de la escritura. Es la descripción de este instante prolongado.

-El otro tema de la novela es la identidad como algo inacabado, algo que está en permanente construcción.
-Un pensador contemporáneo decía una cosa muy interesante: hay que pensar sobre los caminos más que sobre las raíces. Routes, en vez de roots. Porque la raíz no existe. Nosotros somos mezclas, somos producto de muchas ideas, de muchos viajes. Y la identidad no es de cada quien también, a pesar de que sí a cada momento puede tener su centro de gravedad. Y una ciudad como Brasilia, donde ubico a la novela, me ayuda a plantear esta cuestión de la identidad de esta forma, podríamos decir, abierta. Porque es una ciudad que nace aparentemente de la nada, que tiene que construir día a día, efectivamente, su identidad.

-Tal vez por eso no aparecen en el libro elementos folclóricos.
-Sin duda. Yo creo que hay que evitar lo pintoresco, siempre. El ejemplo de los grandes maestros es enseñar que uno puede dar una mirada sobre lo local, sin tener que caer en lo pintoresco. Shakespeare sigue siendo un gran autor inglés aunque sus temas no lo sean, aún cuando esté hablando de Dinamarca.

-En el libro, Ana hace una distinción casi excluyente entre amor y matrimonio, y ubica al amor del lado de la utopía.
-Puede ser. Pero es una novela de búsqueda del amor. No sé si como una utopía sino como varias utopías, porque en realidad Ana trata de realizarse también en otras formas de amor: el erotismo, la amistad, el amor maternal. Una utopía pensada como la idea de reordenar lo que sí existe. Y encontrar el amor donde antes no estaba totalmente visible, pero sí estaba.

-Al novelar un tema como el amor, ¿no se está siempre al borde del sentimentalismo? ¿Cómo evitar esos excesos?
-Trato de hacer una literatura que evite el sentimentalismo. Lo importante es no caer en la ilusión. Mi personaje, justamente, se va despojando de sus ilusiones, y pasa a una situación de desesperación profunda. Si la novela pudiera enseñar algo, es que de esta desilusión misma nace algo real. Incluso en el terreno del amor, donde no hay lugar para la ilusión y el sentimentalismo.

Clarín, Buenos Aires, Ñ, Revista de Cultura, 30 de abril de 2004

Cómo contar Brasil sin lo pintoresco

FERNANDO MOLLE

Brasilia, ese proyecto hipermoderno levantado en los años 50 en medio de la nada, una ciudad que es la contracara del pintoresquismo brasileño, es el escenario de las novelas de Joao Almino. Las cinco estaciones del amor, la tercera de ellas, acaba de ser editada en español y ganó el premio de novela Casa de las Américas. Diario íntimo y a la vez balance generacional, el texto da voz a una mujer madura y solitaria, una intelectual hija de los sesenta, que busca acceder el amor a través de un vía crucis de renuncia y desencanto. Poco conocido fuera de su país, cualidad que comparte con casi todos los narradores brasileros, Joao Almino visitó por pocos días Buenos Aires. En un castellano aceitado por la música del portugués -y con un timbre idéntico al del cantante y compositor Caetano Veloso-, Almino habló de sus convicciones humanas y literarias y dijo que su novela intenta una redefinición de la utopía.

-¿Se podría decir que “Las cinco estaciones del amor” es una novela generacional?
-Para mí una novela debe tener la capacidad de comunicarse con otros tiempos y otras situaciones. Yo diría que los grandes temas de esta novela son el amor y la amistad. Ahí también está la generación post-68, que tiene algunas particularidades no solamente en el Brasil, sino en muchas partes del mundo. Podemos hablar también de utopías que se diseñan en este momento, de utopías realizadas, para bien o para mal, y de utopías frustradas. Creo que los cambios se han producido en una forma inesperada. Pero la manera misma de encarar las utopías puede cambiar. Posiblemente los cambios que se producen al nivel molecular puedan ser cambios más liberadores y transformadores. Yo diría que en Las cinco estaciones del amor quizás trate de replantear el tema de la utopía, en el sentido de que la utopía también puede pensarse como una forma de reorganizar lo que es. No solamente como el deseo de construir lo que no es, sino como una forma de mirar de una manera nueva hacia el presente.

-La quinta estación es algo realmente inesperado, quiebra el orden natural de las cuatro estaciones del año. ¿Por qué lo pensó así?
-Es inesperada. La quinta es efectivamente una estación que no estaba prevista. Así como el gran novelista Joao Guimaraes Rosa ha pensado en la “tercera margen del río”.

-Es notable, en la novela, el efecto de instantaneísmo: los recuerdos de Ana, la protagonista, están jugando en el plano del presente. Ella describe el Instante, que incluye al pasado, como un presente continuo, como “una cámara alerta que no se desprendiera de mí”.
-Esta idea de retratar el instante es una obsesión de toda la trilogía. Todo mi primer libro, Ideas sobre dónde pasar el fin del mundo (del cual se incluye un fragmento), es el comentario de un instante fotográfico. Toda la novela se deriva de una fotografía, de ahí salen los personajes. En Samba-enredo, la trama ocurre en un momento totalmente caótico en que se confunde un desfile de carnaval y un momento político muy complicado, un golpe de estado con un presidente que desaparece. La historia es la repercución de lo que pasa en ese carnaval. Y en el caso de Las cinco estaciones del amor, se trata del instante mismo de la escritura. Es la descripción de este instante prolongado.

-El otro tema de la novela es la identidad como algo inacabado, algo que está en permanente construcción.
-Un pensador contemporáneo decía una cosa muy interesante: hay que pensar sobre los caminos más que sobre las raíces. Routes, en vez de roots. Porque la raíz no existe. Nosotros somos mezclas, somos producto de muchas ideas, de muchos viajes. Y la identidad no es de cada quien también, a pesar de que sí a cada momento puede tener su centro de gravedad. Y una ciudad como Brasilia, donde ubico a la novela, me ayuda a plantear esta cuestión de la identidad de esta forma, podríamos decir, abierta. Porque es una ciudad que nace aparentemente de la nada, que tiene que construir día a día, efectivamente, su identidad.

-Tal vez por eso no aparecen en el libro elementos folclóricos.
-Sin duda. Yo creo que hay que evitar lo pintoresco, siempre. El ejemplo de los grandes maestros es enseñar que uno puede dar una mirada sobre lo local, sin tener que caer en lo pintoresco. Shakespeare sigue siendo un gran autor inglés aunque sus temas no lo sean, aún cuando esté hablando de Dinamarca.

-En el libro, Ana hace una distinción casi excluyente entre amor y matrimonio, y ubica al amor del lado de la utopía.
-Puede ser. Pero es una novela de búsqueda del amor. No sé si como una utopía sino como varias utopías, porque en realidad Ana trata de realizarse también en otras formas de amor: el erotismo, la amistad, el amor maternal. Una utopía pensada como la idea de reordenar lo que sí existe. Y encontrar el amor donde antes no estaba totalmente visible, pero sí estaba.

-Al novelar un tema como el amor, ¿no se está siempre al borde del sentimentalismo? ¿Cómo evitar esos excesos?
-Trato de hacer una literatura que evite el sentimentalismo. Lo importante es no caer en la ilusión. Mi personaje, justamente, se va despojando de sus ilusiones, y pasa a una situación de desesperación profunda. Si la novela pudiera enseñar algo, es que de esta desilusión misma nace algo real. Incluso en el terreno del amor, donde no hay lugar para la ilusión y el sentimentalismo.