LAS CINCO ESTACIONES DEL AMOR, de João Almino, por Valquiria Wey

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Valquiria Wey

No es fácil presentar la obra de João Almino y no por el libro que presento. La novela de João se presenta sola, con su hermosa portada, y atrapa al lector desde la primera página. No es fácil por el temor de hacerle un mal servicio a un autor tan valorado por la crítica brasileña y porque João es de esos autores que se ven a si mismos con enorme lucidez, porque él es un crítico y un excepcional ensayista, porque su libro llega

premiado a nuestras manos, en su traducción al español. Por eso organicé esta exposición en unas cuantas entradas a la novela sin mayor pretensión que la de iniciarlos en ella.

Primera estancia

Los críticos y los académicos en particular, parecemos estar condenados al logocentrismo, agobiante y sospechoso, herencia del pensamiento que nos formó y que frecuentemente se vuelve contra quien lo ejerce, como el monstruo que es de la razón. João el autor, en su vertiente de novelista, Ana la narradora, van a transformar las mismas palabras creadoras del logos que aprisionan en el mundo de la razón en un escape, a través de un largo via crucis de la narradora, en el que se destruyen, también con palabras, creencias políticas, intelectuales y personales. Intentar atrapar lo que la razón insiste en llamar “elemento central” en esta novela es una pretensión vana. El momento atrapado en la vida de la narradora en el mismo acto de escribir, la vida de sus amigos, de sus parientes y de su ciudad, de Brasilia, es un momento cambiante, crítico, porque jamás se agota en sus desdoblamientos imprevisibles y no le permite a la protagonista ordenar la memoria y la vida pasada como en un ensayo, que talvez sea, en forma inicial, su intención. La emoción agobia y desarticula su identidad. Cuando la protagonista encuentra el tiempo para pensar y buscarle un sentido a su vida, el día a día se llena de nuevos desafíos que desarman el eje racional de su existencia.

La narradora de la novela es ANA-DIANA. Su nombre legal, Diana,contiene el nombre real, Ana, por el cual es conocida y con el cual se revela en el mundo de las apariencias. Es una profesora universitaria, cincuentona, jubilada, deprimida, que, en el momento de revalorar su vida personal, su separación, la soledad propia y la de su grupo de amigos,

revela al lector la imposibilidad de establecer un único eje para comprender a su generación, la vida de su ciudad y los meandros de su propia existencia. El mundo de Ana, lleno de las irresoluciones que carga su generación, la de los sesentas, la generación semiperdida en la represión del régimen militar, es un mundo demasiado complejo para que unas cuantas ideas puedan dar cuenta de él. Ese es el descubrimiento que hace Ana a partir del momento en que se entera del regreso, de los Estados Unidos, de uno de sus más entrañables amigos.

Segunda estancia

Norberto, el amigo, le cuenta por carta que se ha operado y es ahora una mujer. Berta es descarada, vulnerable, afectuosa e imposible. Pone en crisis a Ana y todos los que viven en su casa. Se arriesga, se escapa y, aunque es el principal promotor del reencuentro con los amigos, no lo aflije el destino de la generación que representa. Es, desde el punto de vista simbólico el más instigante de los personajes. Es lo que se expone y lo que se oculta, es lo permanente y la ruptura, el valor ciego y el desprecio por

el mundo políticamente ordenado.Provocador, es asesinado con saña transformándose en el inmolado, otra víctima propiciatoria de una sociedad

que ha cambiado un poco, pero que ha encontrado otros resortes que disparan

una nueva maldad y otros tipos de violencia.

La violencia política que se llevó a Elena, la amiga desaparecida en los setenta, regresa, enmascarada, para llevarse en la celebración del año 2000, a otro rebelde. Mientras la represión política hizo desaparecer el cuerpo de Elena, y el tiempo ha desgastado el cuerpo de la ciudad y al grupo de amigos de los sesenta, el cuerpo de Berta con su inconformidad sexual, su opción radical y personal, es destrozado por otra forma del terror político: el crimen urbano.

Entre los objetos simbólicos que literalmente circulan en la novela, y acechan el destino de Norberto-Berta, de Ana-Diana, está la pistola automática que Ana lleva en la bolsa o esconde en su casa. Ana, la luchadora de los setenta, que no toleraba la vista de armas porque le recordaban los años de la represión, no se separa del arma, vive aterrada de poseerla pero más aterrada aún porque la violencia es general y se presenta sin uniforme

y en cualquier parte. Por eso la lleva, la esconde, la presta, se la roban. No sabe pero sí sabe qué hacer con ella. Es un objeto indeseable y tentador. Es una forma de salvar y de perder la vida. Es un objeto detestado pero es la forma que tiene esta mujer sola y obsesiva de protegerse en Brasilia.

Tercera estancia

¿Qué pasó con Brasilia en la obra de Almino, la constante en su llamada Trilogía de Brasilia? Ana, la narradora, busca al comienzo de la novela un norte, un norte emblemático, en el dibujo inicial de Lucio Costa, el que fue el plan maestro de la ciudad. En Brasilia, al contrario de ciudades más espontáneas, digamos, no tenemos que subir al más alto edificio para poder abarcar con la mirada un conjunto que guarde cierta armonía, como lo hacemos en México o en Nueva York. De hecho ningún edificio sería lo suficientemente alto para abarcarla. Nos basta con conseguir el dibujo del proyecto original. Esa es la única posiblidad que tiene la mirada de encontrar una forma que explique y distribuya, en sus sectores, esta extraña ciudad: las alas tendidas de una mariposa que se anudan en la parte central, la del gobierno. La misma idea inicial de sus constructores apartaba Brasilia del geometrismo de las ciudades trazadas desde la época colonial. Un dibujo no-geométrico para una ciudad en la que la distribución del espacio, desde la arquitectura, supliría el mal diseño social de la vida brasileña. De ese proyecto utópico de ciudad sólo queda un dibujo , miles de veces reproducido en el papel. La ciudad ha envejecido junto con el grupo de amigos de Ana, ha visto sus ideales frustrados como los de los primeros estudiantes de su Universidad, cincuentones ahora. La forma permanece, como aquella generación, un tanto vencida, en espera de mejores tiempos, de unas cuantas cosas que cambiaron para bien, lo que sobró del ideal revolucionario, en el decir de uno de los amigos del grupo de Ana.

Cuarta estância

Cuatro son las estaciones del año, cinco las del amor, propone la novela. No sabemos si las estaciones del amor son cíclicas como las del año o progresivas y únicas. En nombrarlas se oculta la mano de la narradora y aparece la mano del autor. La primera es la soledad, seguidapor la palabra, la constructora del amor, a la que sigue el laberinto generado por la palabra y por el amor. La cuarta es el agotamiento del amor y la palabra, de la vida misma. Hasta ahí la similitud con las estaciones del año, porque la quinta escapa al ciclo fatal de la naturaleza con el encuentro de la persona única y benévola con la que se comparte el amor y la vida, otro de los sueños posibles arrancados al via crucis de Ana por las cinco estaciones. Esta posibilidad humana, que escapa al mundo de la racionalidad, no sé si “natural”, cualquier cosa que eso signifique para los seres humanos, se abre ante Ana, la narradora problemática, al final del tránsito por las otras cuatro estaciones, después de un rito iniciático o un camino de expiación. La quinta estación es cálida en su comunicación de pieles y miradas, poco elaborada intelectualmente y no sabemos si sea el escape de un ciclo fatal o el comienzo de otro en los proyectos literarios del autor.

Quinta estación

Es suficiente, con lo que conocemos de la obra literaria de Almino, darse cuenta de que en sus años fuera de Brasil, que son muchos, no abandona jamás a Brasilia como idea, como símbolo, como metáfora. Ya lo dijimos, idea política, de omnipotencia desarrollista, símbolo que pertenece a un proyecto estético de la mitad del siglo XX, no menos omnipotente en su visión redentora; metáfora del cambio, de la transformación. Pienso en

Almino, como muchos de nosotros, llegando a Brasilia en sus primeros años, viéndola nuevecita, con la tierra roja aún revuelta y la blancura que ha querido ser sagrada de sus edificios audaces. Y el contraste sobrecogedor: el canto ensordecedor de las cigarras, como sólo se oye en el campo antres de la lluvia, y las plantas del cerrado original abriéndose paso tenazmente, ante las primeras gotas, en el concreto recién tendido de sus avenidas. Creo que en la obra de Almino, en la trilogía de Brasilia, esta experiencia,

naturaleza y artificio, se expresa, recurrentemente, en la idea milenarista. Brasilia es una ciudad nueva que nos recuerda el inicio y el fin de los tiempos. Construída en los años cincuenta, su proyecto racionalizador de la vida política y urbana, apuntaba al futuro, al lejano, entonces, año 2000. Como todos los finales del mundo que anuncia el milenarismo, como aquél que anunciaba Carmen Miranda en un famoso samba de Carnaval, las profecías milenaristas no se cumplen. Quedan las parodias, el gesto a medias, el festejo desangelado, frustrado del año 2000 en Brasília, uno de los pivotes del relato de Ana.

El milenarismo asociado a Brasilia en esta novela tiene, me parece, el sentido de señalar la contradicción entre el proyecto de ciudad y de modernización económica y política del país frente a todo aquello que rebasa la razón, la razón utópica. Al lado de las racionalizaciones urbanísticas que deberían conducir a la utopía social, el antiguo misticismo arraigado en la cultura brasileña, sienta sus reales. Los jóvenes revolucionarios de comienzos de los años setenta, los portaestandartes del proyecto

revolucionario modernizador, se reúnen en unos de estos espacios religiosos, estos valles que rodean Brasilia, poblados de extrañas sectas religiosas, para jurarse amistad y pactar el reencuentro en el año 2000. En el año 2000 los amigos, los que quedan, se reúnen nuevamente para refrendar un pacto, ya no por la utopía pero sí por la amistad, por aquello que está a nuestro alcance. Brasilia , como en aquel hermoso ejemplo que invocan Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración , como todas las racionalizaciones modernas de la sociedad, coexiste con el canto seductor y fatal de las sirenas, de lo innombrable, lo oculto, el caos primigenio, pre-racional y pre-social. Brasilia se transforma entonces, más allá de su importancia local, en una ciudad emblemática de la disolución de los tiempos modernos. Hace cincuenta años, junto con los planos, la maquinaria, las nuevas técnicas de construcción, los edificios, la reglamentación y la esperanza de los nuevos tiempos, comunidades enteras de hippies abren el Valle delAmanecer que hoy en día se multiplica en todo tipo de espacios dedicados a las religiones alternativas y al esoterismo.

Final

Una mujer sola, profesora de filosofía, en una casa ocupada por sobrinos y empleados, se prepara para un reencuentro con sus amigos de la época de la insurgencia contra el régimen militar. Igual que en la escritura, una cosa lleva a otra. Al hacerle espacio al amigo que viene de fuera, se pone a limpiar papeles, diarios, otros escritos que la exponen a las magras sobras de su vida anterior. Ana, la narradora, se reconoce llena de limitaciones y
abandonos, incapaz de integrar a Diana su alter-ego no intelectual y vital.

Ana, en la escritura que le da vida, comienza a recorrer las difíciles estaciones del amor, que son del amor y de la amistad. Se enfrenta al deterioro de la ciudad, a la presencia constante de la muerte que, como la pistola, aparece y desaparece en el relato Se enfrenta también, a la imposibilidad de darle a su amigo Norberto, ahora Berta, un lugar en su casa. Mientras tanto llegan amigos de Río y São Paulo para la prometida reunión del año 2000. Las estaciones no terminan. Ana en este camino de expiación es traicionada por un sobrino y un empleado y puesta en riesgo de muerte. Berta muere asesinada. Ana quema sus libros y papeles como quien

quema las naves inútiles de su travesía e intenta el suicidio. Con la convalecencia viene la quinta estación del amor, una estación simple y armoniosa. Simbólicamente librada de sus memorias, de sus escritos sobre Platón, casi sin pensamientos, incorpora a Diana, se atreve a iniciar una nueva vida fuera de los moldes de su anterior vida intelectual, que disuelve poco a poco, el acto de narrar.

No sé cual de las tres novelas es la que prefiere João, en el caso de que prefiera alguna. A veces pienso que prefiere Ideas sobre donde pasar el fin del mundo, por su vigor, y su originalidad. A ratos estoy segura que es Samba -enredo porque ésta es un tour de force narrativo, es un orgullo para cualquier escritor. Pero esta última, Las cinco estaciones del amor es la entrañable, la que expone bajo una luz sofocleana como decía Pound, la fragilidad de las ideas que nos han dado aliento, la audacia de quemar naves y papeles, la esperanza en el acto de narrar, metáfora de la vida, y la imagen de una Brasilia, con todo lo que significa, a la que aún esperan mejores días.

No es fácil presentar la obra de João Almino y no por el libro que presento. La novela de João se presenta sola, con su hermosa portada, y atrapa al lector desde la primera página. No es fácil por el temor de hacerle un mal servicio a un autor tan valorado por la crítica brasileña y porque João es de esos autores que se ven a si mismos con enorme lucidez, porque él es un crítico y un excepcional ensayista, porque su libro llega

premiado a nuestras manos, en su traducción al español. Por eso organicé esta exposición en unas cuantas entradas a la novela sin mayor pretensión que la de iniciarlos en ella.

Primera estancia

Los críticos y los académicos en particular, parecemos estar condenados al logocentrismo, agobiante y sospechoso, herencia del pensamiento que nos formó y que frecuentemente se vuelve contra quien lo ejerce, como el monstruo que es de la razón. João el autor, en su vertiente de novelista, Ana la narradora, van a transformar las mismas palabras creadoras del logos que aprisionan en el mundo de la razón en un escape, a través de un largo via crucis de la narradora, en el que se destruyen, también con palabras, creencias políticas, intelectuales y personales. Intentar atrapar lo que la razón insiste en llamar “elemento central” en esta novela es una pretensión vana. El momento atrapado en la vida de la narradora en el mismo acto de escribir, la vida de sus amigos, de sus parientes y de su ciudad, de Brasilia, es un momento cambiante, crítico, porque jamás se agota en sus desdoblamientos imprevisibles y no le permite a la protagonista ordenar la memoria y la vida pasada como en un ensayo, que talvez sea, en forma inicial, su intención. La emoción agobia y desarticula su identidad. Cuando la protagonista encuentra el tiempo para pensar y buscarle un sentido a su vida, el día a día se llena de nuevos desafíos que desarman el eje racional de su existencia.

La narradora de la novela es ANA-DIANA. Su nombre legal, Diana,contiene el nombre real, Ana, por el cual es conocida y con el cual se revela en el mundo de las apariencias. Es una profesora universitaria, cincuentona, jubilada, deprimida, que, en el momento de revalorar su vida personal, su separación, la soledad propia y la de su grupo de amigos,

revela al lector la imposibilidad de establecer un único eje para comprender a su generación, la vida de su ciudad y los meandros de su propia existencia. El mundo de Ana, lleno de las irresoluciones que carga su generación, la de los sesentas, la generación semiperdida en la represión del régimen militar, es un mundo demasiado complejo para que unas cuantas ideas puedan dar cuenta de él. Ese es el descubrimiento que hace Ana a partir del momento en que se entera del regreso, de los Estados Unidos, de uno de sus más entrañables amigos.

Segunda estancia

Norberto, el amigo, le cuenta por carta que se ha operado y es ahora una mujer. Berta es descarada, vulnerable, afectuosa e imposible. Pone en crisis a Ana y todos los que viven en su casa. Se arriesga, se escapa y, aunque es el principal promotor del reencuentro con los amigos, no lo aflije el destino de la generación que representa. Es, desde el punto de vista simbólico el más instigante de los personajes. Es lo que se expone y lo que se oculta, es lo permanente y la ruptura, el valor ciego y el desprecio por

el mundo políticamente ordenado.Provocador, es asesinado con saña transformándose en el inmolado, otra víctima propiciatoria de una sociedad

que ha cambiado un poco, pero que ha encontrado otros resortes que disparan

una nueva maldad y otros tipos de violencia.

La violencia política que se llevó a Elena, la amiga desaparecida en los setenta, regresa, enmascarada, para llevarse en la celebración del año 2000, a otro rebelde. Mientras la represión política hizo desaparecer el cuerpo de Elena, y el tiempo ha desgastado el cuerpo de la ciudad y al grupo de amigos de los sesenta, el cuerpo de Berta con su inconformidad sexual, su opción radical y personal, es destrozado por otra forma del terror político: el crimen urbano.

Entre los objetos simbólicos que literalmente circulan en la novela, y acechan el destino de Norberto-Berta, de Ana-Diana, está la pistola automática que Ana lleva en la bolsa o esconde en su casa. Ana, la luchadora de los setenta, que no toleraba la vista de armas porque le recordaban los años de la represión, no se separa del arma, vive aterrada de poseerla pero más aterrada aún porque la violencia es general y se presenta sin uniforme

y en cualquier parte. Por eso la lleva, la esconde, la presta, se la roban. No sabe pero sí sabe qué hacer con ella. Es un objeto indeseable y tentador. Es una forma de salvar y de perder la vida. Es un objeto detestado pero es la forma que tiene esta mujer sola y obsesiva de protegerse en Brasilia.

Tercera estancia

¿Qué pasó con Brasilia en la obra de Almino, la constante en su llamada Trilogía de Brasilia? Ana, la narradora, busca al comienzo de la novela un norte, un norte emblemático, en el dibujo inicial de Lucio Costa, el que fue el plan maestro de la ciudad. En Brasilia, al contrario de ciudades más espontáneas, digamos, no tenemos que subir al más alto edificio para poder abarcar con la mirada un conjunto que guarde cierta armonía, como lo hacemos en México o en Nueva York. De hecho ningún edificio sería lo suficientemente alto para abarcarla. Nos basta con conseguir el dibujo del proyecto original. Esa es la única posiblidad que tiene la mirada de encontrar una forma que explique y distribuya, en sus sectores, esta extraña ciudad: las alas tendidas de una mariposa que se anudan en la parte central, la del gobierno. La misma idea inicial de sus constructores apartaba Brasilia del geometrismo de las ciudades trazadas desde la época colonial. Un dibujo no-geométrico para una ciudad en la que la distribución del espacio, desde la arquitectura, supliría el mal diseño social de la vida brasileña. De ese proyecto utópico de ciudad sólo queda un dibujo , miles de veces reproducido en el papel. La ciudad ha envejecido junto con el grupo de amigos de Ana, ha visto sus ideales frustrados como los de los primeros estudiantes de su Universidad, cincuentones ahora. La forma permanece, como aquella generación, un tanto vencida, en espera de mejores tiempos, de unas cuantas cosas que cambiaron para bien, lo que sobró del ideal revolucionario, en el decir de uno de los amigos del grupo de Ana.

Cuarta estância

Cuatro son las estaciones del año, cinco las del amor, propone la novela. No sabemos si las estaciones del amor son cíclicas como las del año o progresivas y únicas. En nombrarlas se oculta la mano de la narradora y aparece la mano del autor. La primera es la soledad, seguidapor la palabra, la constructora del amor, a la que sigue el laberinto generado por la palabra y por el amor. La cuarta es el agotamiento del amor y la palabra, de la vida misma. Hasta ahí la similitud con las estaciones del año, porque la quinta escapa al ciclo fatal de la naturaleza con el encuentro de la persona única y benévola con la que se comparte el amor y la vida, otro de los sueños posibles arrancados al via crucis de Ana por las cinco estaciones. Esta posibilidad humana, que escapa al mundo de la racionalidad, no sé si “natural”, cualquier cosa que eso signifique para los seres humanos, se abre ante Ana, la narradora problemática, al final del tránsito por las otras cuatro estaciones, después de un rito iniciático o un camino de expiación. La quinta estación es cálida en su comunicación de pieles y miradas, poco elaborada intelectualmente y no sabemos si sea el escape de un ciclo fatal o el comienzo de otro en los proyectos literarios del autor.

Quinta estación

Es suficiente, con lo que conocemos de la obra literaria de Almino, darse cuenta de que en sus años fuera de Brasil, que son muchos, no abandona jamás a Brasilia como idea, como símbolo, como metáfora. Ya lo dijimos, idea política, de omnipotencia desarrollista, símbolo que pertenece a un proyecto estético de la mitad del siglo XX, no menos omnipotente en su visión redentora; metáfora del cambio, de la transformación. Pienso en

Almino, como muchos de nosotros, llegando a Brasilia en sus primeros años, viéndola nuevecita, con la tierra roja aún revuelta y la blancura que ha querido ser sagrada de sus edificios audaces. Y el contraste sobrecogedor: el canto ensordecedor de las cigarras, como sólo se oye en el campo antres de la lluvia, y las plantas del cerrado original abriéndose paso tenazmente, ante las primeras gotas, en el concreto recién tendido de sus avenidas. Creo que en la obra de Almino, en la trilogía de Brasilia, esta experiencia,

naturaleza y artificio, se expresa, recurrentemente, en la idea milenarista. Brasilia es una ciudad nueva que nos recuerda el inicio y el fin de los tiempos. Construída en los años cincuenta, su proyecto racionalizador de la vida política y urbana, apuntaba al futuro, al lejano, entonces, año 2000. Como todos los finales del mundo que anuncia el milenarismo, como aquél que anunciaba Carmen Miranda en un famoso samba de Carnaval, las profecías milenaristas no se cumplen. Quedan las parodias, el gesto a medias, el festejo desangelado, frustrado del año 2000 en Brasília, uno de los pivotes del relato de Ana.

El milenarismo asociado a Brasilia en esta novela tiene, me parece, el sentido de señalar la contradicción entre el proyecto de ciudad y de modernización económica y política del país frente a todo aquello que rebasa la razón, la razón utópica. Al lado de las racionalizaciones urbanísticas que deberían conducir a la utopía social, el antiguo misticismo arraigado en la cultura brasileña, sienta sus reales. Los jóvenes revolucionarios de comienzos de los años setenta, los portaestandartes del proyecto

revolucionario modernizador, se reúnen en unos de estos espacios religiosos, estos valles que rodean Brasilia, poblados de extrañas sectas religiosas, para jurarse amistad y pactar el reencuentro en el año 2000. En el año 2000 los amigos, los que quedan, se reúnen nuevamente para refrendar un pacto, ya no por la utopía pero sí por la amistad, por aquello que está a nuestro alcance. Brasilia , como en aquel hermoso ejemplo que invocan Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración , como todas las racionalizaciones modernas de la sociedad, coexiste con el canto seductor y fatal de las sirenas, de lo innombrable, lo oculto, el caos primigenio, pre-racional y pre-social. Brasilia se transforma entonces, más allá de su importancia local, en una ciudad emblemática de la disolución de los tiempos modernos. Hace cincuenta años, junto con los planos, la maquinaria, las nuevas técnicas de construcción, los edificios, la reglamentación y la esperanza de los nuevos tiempos, comunidades enteras de hippies abren el Valle delAmanecer que hoy en día se multiplica en todo tipo de espacios dedicados a las religiones alternativas y al esoterismo.

Final

Una mujer sola, profesora de filosofía, en una casa ocupada por sobrinos y empleados, se prepara para un reencuentro con sus amigos de la época de la insurgencia contra el régimen militar. Igual que en la escritura, una cosa lleva a otra. Al hacerle espacio al amigo que viene de fuera, se pone a limpiar papeles, diarios, otros escritos que la exponen a las magras sobras de su vida anterior. Ana, la narradora, se reconoce llena de limitaciones y
abandonos, incapaz de integrar a Diana su alter-ego no intelectual y vital.

Ana, en la escritura que le da vida, comienza a recorrer las difíciles estaciones del amor, que son del amor y de la amistad. Se enfrenta al deterioro de la ciudad, a la presencia constante de la muerte que, como la pistola, aparece y desaparece en el relato Se enfrenta también, a la imposibilidad de darle a su amigo Norberto, ahora Berta, un lugar en su casa. Mientras tanto llegan amigos de Río y São Paulo para la prometida reunión del año 2000. Las estaciones no terminan. Ana en este camino de expiación es traicionada por un sobrino y un empleado y puesta en riesgo de muerte. Berta muere asesinada. Ana quema sus libros y papeles como quien

quema las naves inútiles de su travesía e intenta el suicidio. Con la convalecencia viene la quinta estación del amor, una estación simple y armoniosa. Simbólicamente librada de sus memorias, de sus escritos sobre Platón, casi sin pensamientos, incorpora a Diana, se atreve a iniciar una nueva vida fuera de los moldes de su anterior vida intelectual, que disuelve poco a poco, el acto de narrar.

No sé cual de las tres novelas es la que prefiere João, en el caso de que prefiera alguna. A veces pienso que prefiere Ideas sobre donde pasar el fin del mundo, por su vigor, y su originalidad. A ratos estoy segura que es Samba -enredo porque ésta es un tour de force narrativo, es un orgullo para cualquier escritor. Pero esta última, Las cinco estaciones del amor es la entrañable, la que expone bajo una luz sofocleana como decía Pound, la fragilidad de las ideas que nos han dado aliento, la audacia de quemar naves y papeles, la esperanza en el acto de narrar, metáfora de la vida, y la imagen de una Brasilia, con todo lo que significa, a la que aún esperan mejores días.

No es fácil presentar la obra de João Almino y no por el libro que presento. La novela de João se presenta sola, con su hermosa portada, y atrapa al lector desde la primera página. No es fácil por el temor de hacerle un mal servicio a un autor tan valorado por la crítica brasileña y porque João es de esos autores que se ven a si mismos con enorme lucidez, porque él es un crítico y un excepcional ensayista, porque su libro llega

premiado a nuestras manos, en su traducción al español. Por eso organicé esta exposición en unas cuantas entradas a la novela sin mayor pretensión que la de iniciarlos en ella.

Primera estancia

Los críticos y los académicos en particular, parecemos estar condenados al logocentrismo, agobiante y sospechoso, herencia del pensamiento que nos formó y que frecuentemente se vuelve contra quien lo ejerce, como el monstruo que es de la razón. João el autor, en su vertiente de novelista, Ana la narradora, van a transformar las mismas palabras creadoras del logos que aprisionan en el mundo de la razón en un escape, a través de un largo via crucis de la narradora, en el que se destruyen, también con palabras, creencias políticas, intelectuales y personales. Intentar atrapar lo que la razón insiste en llamar “elemento central” en esta novela es una pretensión vana. El momento atrapado en la vida de la narradora en el mismo acto de escribir, la vida de sus amigos, de sus parientes y de su ciudad, de Brasilia, es un momento cambiante, crítico, porque jamás se agota en sus desdoblamientos imprevisibles y no le permite a la protagonista ordenar la memoria y la vida pasada como en un ensayo, que talvez sea, en forma inicial, su intención. La emoción agobia y desarticula su identidad. Cuando la protagonista encuentra el tiempo para pensar y buscarle un sentido a su vida, el día a día se llena de nuevos desafíos que desarman el eje racional de su existencia.

La narradora de la novela es ANA-DIANA. Su nombre legal, Diana,contiene el nombre real, Ana, por el cual es conocida y con el cual se revela en el mundo de las apariencias. Es una profesora universitaria, cincuentona, jubilada, deprimida, que, en el momento de revalorar su vida personal, su separación, la soledad propia y la de su grupo de amigos,

revela al lector la imposibilidad de establecer un único eje para comprender a su generación, la vida de su ciudad y los meandros de su propia existencia. El mundo de Ana, lleno de las irresoluciones que carga su generación, la de los sesentas, la generación semiperdida en la represión del régimen militar, es un mundo demasiado complejo para que unas cuantas ideas puedan dar cuenta de él. Ese es el descubrimiento que hace Ana a partir del momento en que se entera del regreso, de los Estados Unidos, de uno de sus más entrañables amigos.

Segunda estancia

Norberto, el amigo, le cuenta por carta que se ha operado y es ahora una mujer. Berta es descarada, vulnerable, afectuosa e imposible. Pone en crisis a Ana y todos los que viven en su casa. Se arriesga, se escapa y, aunque es el principal promotor del reencuentro con los amigos, no lo aflije el destino de la generación que representa. Es, desde el punto de vista simbólico el más instigante de los personajes. Es lo que se expone y lo que se oculta, es lo permanente y la ruptura, el valor ciego y el desprecio por

el mundo políticamente ordenado.Provocador, es asesinado con saña transformándose en el inmolado, otra víctima propiciatoria de una sociedad

que ha cambiado un poco, pero que ha encontrado otros resortes que disparan

una nueva maldad y otros tipos de violencia.

La violencia política que se llevó a Elena, la amiga desaparecida en los setenta, regresa, enmascarada, para llevarse en la celebración del año 2000, a otro rebelde. Mientras la represión política hizo desaparecer el cuerpo de Elena, y el tiempo ha desgastado el cuerpo de la ciudad y al grupo de amigos de los sesenta, el cuerpo de Berta con su inconformidad sexual, su opción radical y personal, es destrozado por otra forma del terror político: el crimen urbano.

Entre los objetos simbólicos que literalmente circulan en la novela, y acechan el destino de Norberto-Berta, de Ana-Diana, está la pistola automática que Ana lleva en la bolsa o esconde en su casa. Ana, la luchadora de los setenta, que no toleraba la vista de armas porque le recordaban los años de la represión, no se separa del arma, vive aterrada de poseerla pero más aterrada aún porque la violencia es general y se presenta sin uniforme

y en cualquier parte. Por eso la lleva, la esconde, la presta, se la roban. No sabe pero sí sabe qué hacer con ella. Es un objeto indeseable y tentador. Es una forma de salvar y de perder la vida. Es un objeto detestado pero es la forma que tiene esta mujer sola y obsesiva de protegerse en Brasilia.

Tercera estancia

¿Qué pasó con Brasilia en la obra de Almino, la constante en su llamada Trilogía de Brasilia? Ana, la narradora, busca al comienzo de la novela un norte, un norte emblemático, en el dibujo inicial de Lucio Costa, el que fue el plan maestro de la ciudad. En Brasilia, al contrario de ciudades más espontáneas, digamos, no tenemos que subir al más alto edificio para poder abarcar con la mirada un conjunto que guarde cierta armonía, como lo hacemos en México o en Nueva York. De hecho ningún edificio sería lo suficientemente alto para abarcarla. Nos basta con conseguir el dibujo del proyecto original. Esa es la única posiblidad que tiene la mirada de encontrar una forma que explique y distribuya, en sus sectores, esta extraña ciudad: las alas tendidas de una mariposa que se anudan en la parte central, la del gobierno. La misma idea inicial de sus constructores apartaba Brasilia del geometrismo de las ciudades trazadas desde la época colonial. Un dibujo no-geométrico para una ciudad en la que la distribución del espacio, desde la arquitectura, supliría el mal diseño social de la vida brasileña. De ese proyecto utópico de ciudad sólo queda un dibujo , miles de veces reproducido en el papel. La ciudad ha envejecido junto con el grupo de amigos de Ana, ha visto sus ideales frustrados como los de los primeros estudiantes de su Universidad, cincuentones ahora. La forma permanece, como aquella generación, un tanto vencida, en espera de mejores tiempos, de unas cuantas cosas que cambiaron para bien, lo que sobró del ideal revolucionario, en el decir de uno de los amigos del grupo de Ana.

Cuarta estância

Cuatro son las estaciones del año, cinco las del amor, propone la novela. No sabemos si las estaciones del amor son cíclicas como las del año o progresivas y únicas. En nombrarlas se oculta la mano de la narradora y aparece la mano del autor. La primera es la soledad, seguidapor la palabra, la constructora del amor, a la que sigue el laberinto generado por la palabra y por el amor. La cuarta es el agotamiento del amor y la palabra, de la vida misma. Hasta ahí la similitud con las estaciones del año, porque la quinta escapa al ciclo fatal de la naturaleza con el encuentro de la persona única y benévola con la que se comparte el amor y la vida, otro de los sueños posibles arrancados al via crucis de Ana por las cinco estaciones. Esta posibilidad humana, que escapa al mundo de la racionalidad, no sé si “natural”, cualquier cosa que eso signifique para los seres humanos, se abre ante Ana, la narradora problemática, al final del tránsito por las otras cuatro estaciones, después de un rito iniciático o un camino de expiación. La quinta estación es cálida en su comunicación de pieles y miradas, poco elaborada intelectualmente y no sabemos si sea el escape de un ciclo fatal o el comienzo de otro en los proyectos literarios del autor.

Quinta estación

Es suficiente, con lo que conocemos de la obra literaria de Almino, darse cuenta de que en sus años fuera de Brasil, que son muchos, no abandona jamás a Brasilia como idea, como símbolo, como metáfora. Ya lo dijimos, idea política, de omnipotencia desarrollista, símbolo que pertenece a un proyecto estético de la mitad del siglo XX, no menos omnipotente en su visión redentora; metáfora del cambio, de la transformación. Pienso en

Almino, como muchos de nosotros, llegando a Brasilia en sus primeros años, viéndola nuevecita, con la tierra roja aún revuelta y la blancura que ha querido ser sagrada de sus edificios audaces. Y el contraste sobrecogedor: el canto ensordecedor de las cigarras, como sólo se oye en el campo antres de la lluvia, y las plantas del cerrado original abriéndose paso tenazmente, ante las primeras gotas, en el concreto recién tendido de sus avenidas. Creo que en la obra de Almino, en la trilogía de Brasilia, esta experiencia,

naturaleza y artificio, se expresa, recurrentemente, en la idea milenarista. Brasilia es una ciudad nueva que nos recuerda el inicio y el fin de los tiempos. Construída en los años cincuenta, su proyecto racionalizador de la vida política y urbana, apuntaba al futuro, al lejano, entonces, año 2000. Como todos los finales del mundo que anuncia el milenarismo, como aquél que anunciaba Carmen Miranda en un famoso samba de Carnaval, las profecías milenaristas no se cumplen. Quedan las parodias, el gesto a medias, el festejo desangelado, frustrado del año 2000 en Brasília, uno de los pivotes del relato de Ana.

El milenarismo asociado a Brasilia en esta novela tiene, me parece, el sentido de señalar la contradicción entre el proyecto de ciudad y de modernización económica y política del país frente a todo aquello que rebasa la razón, la razón utópica. Al lado de las racionalizaciones urbanísticas que deberían conducir a la utopía social, el antiguo misticismo arraigado en la cultura brasileña, sienta sus reales. Los jóvenes revolucionarios de comienzos de los años setenta, los portaestandartes del proyecto

revolucionario modernizador, se reúnen en unos de estos espacios religiosos, estos valles que rodean Brasilia, poblados de extrañas sectas religiosas, para jurarse amistad y pactar el reencuentro en el año 2000. En el año 2000 los amigos, los que quedan, se reúnen nuevamente para refrendar un pacto, ya no por la utopía pero sí por la amistad, por aquello que está a nuestro alcance. Brasilia , como en aquel hermoso ejemplo que invocan Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración , como todas las racionalizaciones modernas de la sociedad, coexiste con el canto seductor y fatal de las sirenas, de lo innombrable, lo oculto, el caos primigenio, pre-racional y pre-social. Brasilia se transforma entonces, más allá de su importancia local, en una ciudad emblemática de la disolución de los tiempos modernos. Hace cincuenta años, junto con los planos, la maquinaria, las nuevas técnicas de construcción, los edificios, la reglamentación y la esperanza de los nuevos tiempos, comunidades enteras de hippies abren el Valle delAmanecer que hoy en día se multiplica en todo tipo de espacios dedicados a las religiones alternativas y al esoterismo.

Final

Una mujer sola, profesora de filosofía, en una casa ocupada por sobrinos y empleados, se prepara para un reencuentro con sus amigos de la época de la insurgencia contra el régimen militar. Igual que en la escritura, una cosa lleva a otra. Al hacerle espacio al amigo que viene de fuera, se pone a limpiar papeles, diarios, otros escritos que la exponen a las magras sobras de su vida anterior. Ana, la narradora, se reconoce llena de limitaciones y
abandonos, incapaz de integrar a Diana su alter-ego no intelectual y vital.

Ana, en la escritura que le da vida, comienza a recorrer las difíciles estaciones del amor, que son del amor y de la amistad. Se enfrenta al deterioro de la ciudad, a la presencia constante de la muerte que, como la pistola, aparece y desaparece en el relato Se enfrenta también, a la imposibilidad de darle a su amigo Norberto, ahora Berta, un lugar en su casa. Mientras tanto llegan amigos de Río y São Paulo para la prometida reunión del año 2000. Las estaciones no terminan. Ana en este camino de expiación es traicionada por un sobrino y un empleado y puesta en riesgo de muerte. Berta muere asesinada. Ana quema sus libros y papeles como quien

quema las naves inútiles de su travesía e intenta el suicidio. Con la convalecencia viene la quinta estación del amor, una estación simple y armoniosa. Simbólicamente librada de sus memorias, de sus escritos sobre Platón, casi sin pensamientos, incorpora a Diana, se atreve a iniciar una nueva vida fuera de los moldes de su anterior vida intelectual, que disuelve poco a poco, el acto de narrar.

No sé cual de las tres novelas es la que prefiere João, en el caso de que prefiera alguna. A veces pienso que prefiere Ideas sobre donde pasar el fin del mundo, por su vigor, y su originalidad. A ratos estoy segura que es Samba -enredo porque ésta es un tour de force narrativo, es un orgullo para cualquier escritor. Pero esta última, Las cinco estaciones del amor es la entrañable, la que expone bajo una luz sofocleana como decía Pound, la fragilidad de las ideas que nos han dado aliento, la audacia de quemar naves y papeles, la esperanza en el acto de narrar, metáfora de la vida, y la imagen de una Brasilia, con todo lo que significa, a la que aún esperan mejores días.

No es fácil presentar la obra de João Almino y no por el libro que presento. La novela de João se presenta sola, con su hermosa portada, y atrapa al lector desde la primera página. No es fácil por el temor de hacerle un mal servicio a un autor tan valorado por la crítica brasileña y porque João es de esos autores que se ven a si mismos con enorme lucidez, porque él es un crítico y un excepcional ensayista, porque su libro llega

premiado a nuestras manos, en su traducción al español. Por eso organicé esta exposición en unas cuantas entradas a la novela sin mayor pretensión que la de iniciarlos en ella.

Primera estancia

Los críticos y los académicos en particular, parecemos estar condenados al logocentrismo, agobiante y sospechoso, herencia del pensamiento que nos formó y que frecuentemente se vuelve contra quien lo ejerce, como el monstruo que es de la razón. João el autor, en su vertiente de novelista, Ana la narradora, van a transformar las mismas palabras creadoras del logos que aprisionan en el mundo de la razón en un escape, a través de un largo via crucis de la narradora, en el que se destruyen, también con palabras, creencias políticas, intelectuales y personales. Intentar atrapar lo que la razón insiste en llamar “elemento central” en esta novela es una pretensión vana. El momento atrapado en la vida de la narradora en el mismo acto de escribir, la vida de sus amigos, de sus parientes y de su ciudad, de Brasilia, es un momento cambiante, crítico, porque jamás se agota en sus desdoblamientos imprevisibles y no le permite a la protagonista ordenar la memoria y la vida pasada como en un ensayo, que talvez sea, en forma inicial, su intención. La emoción agobia y desarticula su identidad. Cuando la protagonista encuentra el tiempo para pensar y buscarle un sentido a su vida, el día a día se llena de nuevos desafíos que desarman el eje racional de su existencia.

La narradora de la novela es ANA-DIANA. Su nombre legal, Diana,contiene el nombre real, Ana, por el cual es conocida y con el cual se revela en el mundo de las apariencias. Es una profesora universitaria, cincuentona, jubilada, deprimida, que, en el momento de revalorar su vida personal, su separación, la soledad propia y la de su grupo de amigos,

revela al lector la imposibilidad de establecer un único eje para comprender a su generación, la vida de su ciudad y los meandros de su propia existencia. El mundo de Ana, lleno de las irresoluciones que carga su generación, la de los sesentas, la generación semiperdida en la represión del régimen militar, es un mundo demasiado complejo para que unas cuantas ideas puedan dar cuenta de él. Ese es el descubrimiento que hace Ana a partir del momento en que se entera del regreso, de los Estados Unidos, de uno de sus más entrañables amigos.

Segunda estancia

Norberto, el amigo, le cuenta por carta que se ha operado y es ahora una mujer. Berta es descarada, vulnerable, afectuosa e imposible. Pone en crisis a Ana y todos los que viven en su casa. Se arriesga, se escapa y, aunque es el principal promotor del reencuentro con los amigos, no lo aflije el destino de la generación que representa. Es, desde el punto de vista simbólico el más instigante de los personajes. Es lo que se expone y lo que se oculta, es lo permanente y la ruptura, el valor ciego y el desprecio por

el mundo políticamente ordenado.Provocador, es asesinado con saña transformándose en el inmolado, otra víctima propiciatoria de una sociedad

que ha cambiado un poco, pero que ha encontrado otros resortes que disparan

una nueva maldad y otros tipos de violencia.

La violencia política que se llevó a Elena, la amiga desaparecida en los setenta, regresa, enmascarada, para llevarse en la celebración del año 2000, a otro rebelde. Mientras la represión política hizo desaparecer el cuerpo de Elena, y el tiempo ha desgastado el cuerpo de la ciudad y al grupo de amigos de los sesenta, el cuerpo de Berta con su inconformidad sexual, su opción radical y personal, es destrozado por otra forma del terror político: el crimen urbano.

Entre los objetos simbólicos que literalmente circulan en la novela, y acechan el destino de Norberto-Berta, de Ana-Diana, está la pistola automática que Ana lleva en la bolsa o esconde en su casa. Ana, la luchadora de los setenta, que no toleraba la vista de armas porque le recordaban los años de la represión, no se separa del arma, vive aterrada de poseerla pero más aterrada aún porque la violencia es general y se presenta sin uniforme

y en cualquier parte. Por eso la lleva, la esconde, la presta, se la roban. No sabe pero sí sabe qué hacer con ella. Es un objeto indeseable y tentador. Es una forma de salvar y de perder la vida. Es un objeto detestado pero es la forma que tiene esta mujer sola y obsesiva de protegerse en Brasilia.

Tercera estancia

¿Qué pasó con Brasilia en la obra de Almino, la constante en su llamada Trilogía de Brasilia? Ana, la narradora, busca al comienzo de la novela un norte, un norte emblemático, en el dibujo inicial de Lucio Costa, el que fue el plan maestro de la ciudad. En Brasilia, al contrario de ciudades más espontáneas, digamos, no tenemos que subir al más alto edificio para poder abarcar con la mirada un conjunto que guarde cierta armonía, como lo hacemos en México o en Nueva York. De hecho ningún edificio sería lo suficientemente alto para abarcarla. Nos basta con conseguir el dibujo del proyecto original. Esa es la única posiblidad que tiene la mirada de encontrar una forma que explique y distribuya, en sus sectores, esta extraña ciudad: las alas tendidas de una mariposa que se anudan en la parte central, la del gobierno. La misma idea inicial de sus constructores apartaba Brasilia del geometrismo de las ciudades trazadas desde la época colonial. Un dibujo no-geométrico para una ciudad en la que la distribución del espacio, desde la arquitectura, supliría el mal diseño social de la vida brasileña. De ese proyecto utópico de ciudad sólo queda un dibujo , miles de veces reproducido en el papel. La ciudad ha envejecido junto con el grupo de amigos de Ana, ha visto sus ideales frustrados como los de los primeros estudiantes de su Universidad, cincuentones ahora. La forma permanece, como aquella generación, un tanto vencida, en espera de mejores tiempos, de unas cuantas cosas que cambiaron para bien, lo que sobró del ideal revolucionario, en el decir de uno de los amigos del grupo de Ana.

Cuarta estância

Cuatro son las estaciones del año, cinco las del amor, propone la novela. No sabemos si las estaciones del amor son cíclicas como las del año o progresivas y únicas. En nombrarlas se oculta la mano de la narradora y aparece la mano del autor. La primera es la soledad, seguidapor la palabra, la constructora del amor, a la que sigue el laberinto generado por la palabra y por el amor. La cuarta es el agotamiento del amor y la palabra, de la vida misma. Hasta ahí la similitud con las estaciones del año, porque la quinta escapa al ciclo fatal de la naturaleza con el encuentro de la persona única y benévola con la que se comparte el amor y la vida, otro de los sueños posibles arrancados al via crucis de Ana por las cinco estaciones. Esta posibilidad humana, que escapa al mundo de la racionalidad, no sé si “natural”, cualquier cosa que eso signifique para los seres humanos, se abre ante Ana, la narradora problemática, al final del tránsito por las otras cuatro estaciones, después de un rito iniciático o un camino de expiación. La quinta estación es cálida en su comunicación de pieles y miradas, poco elaborada intelectualmente y no sabemos si sea el escape de un ciclo fatal o el comienzo de otro en los proyectos literarios del autor.

Quinta estación

Es suficiente, con lo que conocemos de la obra literaria de Almino, darse cuenta de que en sus años fuera de Brasil, que son muchos, no abandona jamás a Brasilia como idea, como símbolo, como metáfora. Ya lo dijimos, idea política, de omnipotencia desarrollista, símbolo que pertenece a un proyecto estético de la mitad del siglo XX, no menos omnipotente en su visión redentora; metáfora del cambio, de la transformación. Pienso en

Almino, como muchos de nosotros, llegando a Brasilia en sus primeros años, viéndola nuevecita, con la tierra roja aún revuelta y la blancura que ha querido ser sagrada de sus edificios audaces. Y el contraste sobrecogedor: el canto ensordecedor de las cigarras, como sólo se oye en el campo antres de la lluvia, y las plantas del cerrado original abriéndose paso tenazmente, ante las primeras gotas, en el concreto recién tendido de sus avenidas. Creo que en la obra de Almino, en la trilogía de Brasilia, esta experiencia,

naturaleza y artificio, se expresa, recurrentemente, en la idea milenarista. Brasilia es una ciudad nueva que nos recuerda el inicio y el fin de los tiempos. Construída en los años cincuenta, su proyecto racionalizador de la vida política y urbana, apuntaba al futuro, al lejano, entonces, año 2000. Como todos los finales del mundo que anuncia el milenarismo, como aquél que anunciaba Carmen Miranda en un famoso samba de Carnaval, las profecías milenaristas no se cumplen. Quedan las parodias, el gesto a medias, el festejo desangelado, frustrado del año 2000 en Brasília, uno de los pivotes del relato de Ana.

El milenarismo asociado a Brasilia en esta novela tiene, me parece, el sentido de señalar la contradicción entre el proyecto de ciudad y de modernización económica y política del país frente a todo aquello que rebasa la razón, la razón utópica. Al lado de las racionalizaciones urbanísticas que deberían conducir a la utopía social, el antiguo misticismo arraigado en la cultura brasileña, sienta sus reales. Los jóvenes revolucionarios de comienzos de los años setenta, los portaestandartes del proyecto

revolucionario modernizador, se reúnen en unos de estos espacios religiosos, estos valles que rodean Brasilia, poblados de extrañas sectas religiosas, para jurarse amistad y pactar el reencuentro en el año 2000. En el año 2000 los amigos, los que quedan, se reúnen nuevamente para refrendar un pacto, ya no por la utopía pero sí por la amistad, por aquello que está a nuestro alcance. Brasilia , como en aquel hermoso ejemplo que invocan Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración , como todas las racionalizaciones modernas de la sociedad, coexiste con el canto seductor y fatal de las sirenas, de lo innombrable, lo oculto, el caos primigenio, pre-racional y pre-social. Brasilia se transforma entonces, más allá de su importancia local, en una ciudad emblemática de la disolución de los tiempos modernos. Hace cincuenta años, junto con los planos, la maquinaria, las nuevas técnicas de construcción, los edificios, la reglamentación y la esperanza de los nuevos tiempos, comunidades enteras de hippies abren el Valle delAmanecer que hoy en día se multiplica en todo tipo de espacios dedicados a las religiones alternativas y al esoterismo.

Final

Una mujer sola, profesora de filosofía, en una casa ocupada por sobrinos y empleados, se prepara para un reencuentro con sus amigos de la época de la insurgencia contra el régimen militar. Igual que en la escritura, una cosa lleva a otra. Al hacerle espacio al amigo que viene de fuera, se pone a limpiar papeles, diarios, otros escritos que la exponen a las magras sobras de su vida anterior. Ana, la narradora, se reconoce llena de limitaciones y
abandonos, incapaz de integrar a Diana su alter-ego no intelectual y vital.

Ana, en la escritura que le da vida, comienza a recorrer las difíciles estaciones del amor, que son del amor y de la amistad. Se enfrenta al deterioro de la ciudad, a la presencia constante de la muerte que, como la pistola, aparece y desaparece en el relato Se enfrenta también, a la imposibilidad de darle a su amigo Norberto, ahora Berta, un lugar en su casa. Mientras tanto llegan amigos de Río y São Paulo para la prometida reunión del año 2000. Las estaciones no terminan. Ana en este camino de expiación es traicionada por un sobrino y un empleado y puesta en riesgo de muerte. Berta muere asesinada. Ana quema sus libros y papeles como quien

quema las naves inútiles de su travesía e intenta el suicidio. Con la convalecencia viene la quinta estación del amor, una estación simple y armoniosa. Simbólicamente librada de sus memorias, de sus escritos sobre Platón, casi sin pensamientos, incorpora a Diana, se atreve a iniciar una nueva vida fuera de los moldes de su anterior vida intelectual, que disuelve poco a poco, el acto de narrar.

No sé cual de las tres novelas es la que prefiere João, en el caso de que prefiera alguna. A veces pienso que prefiere Ideas sobre donde pasar el fin del mundo, por su vigor, y su originalidad. A ratos estoy segura que es Samba -enredo porque ésta es un tour de force narrativo, es un orgullo para cualquier escritor. Pero esta última, Las cinco estaciones del amor es la entrañable, la que expone bajo una luz sofocleana como decía Pound, la fragilidad de las ideas que nos han dado aliento, la audacia de quemar naves y papeles, la esperanza en el acto de narrar, metáfora de la vida, y la imagen de una Brasilia, con todo lo que significa, a la que aún esperan mejores días.